lunes, 16 de octubre de 2023

Bibliotecas 2: Biblioteca incompleta

 


Bibliotecas 2: Biblioteca incompleta

 

En el libro “Bibliotecas”, Selva Almada cuenta esta curiosa anécdota:

Aunque sea canchero entre los escritores robar libros de librerías o de otras bibliotecas, confieso que nunca hurté un libro, o, mejor dicho, solo uno, una sola vez. La piel de caballo, de Ricardo Zelarayán. Me lo prestó un viejo amigo y fue una lectura fundamental y reveladora. Así que me lo fui quedando. Él también quería mucho ese libro y a su autor y lo había robado de una biblioteca de pueblo: en la primera página estaba el sello delator. Así que para mis adentros me excusaba con aquello de quien roba a un ladrón…

 

Hasta donde yo tengo uso de razón, no creo haber robado nunca un libro. Pero sí tengo un caso parecido como el que cuenta Selva, con dos libros que me prestó una persona muy querida de Bogotá, que me los dio cuando estuve de visita por allá. Uno se llamaba “Cómo No escribir una novela” y el otro, “50 cosas que debes saber sobre literatura”, libros bastante buenos, sobre todo el primero. Y sumamente útiles, también, para mi carrera literaria. Así que me los traje al país, con la perspectiva de, en un futuro próximo, viajar de vuelta a Colombia y regresarlos a su dueño… el tema es que, por varias cuestiones personales y económicas que no vienen al caso, aún los tengo conmigo. Y no veo posibilidad de poder tomar un avión hasta allá, a como viene la corrida del dólar en Argentina…

Sin embargo, todavía guardo la esperanza de encontrarme con la persona que me prestó esos libros y poder devolvérselos personalmente, entregárselos en mano. Por el momento, les doy asilo en mi biblioteca, y pienso en el retorno pendiente, cada vez que veo sus lomos, como un exiliado que añora el regreso a su patria algún día.

Por eso, creo que es como una especie de karma que falten dos libros en mi biblioteca: libros que presté a dos amigas mías (uno a cada una), ya va a ser algo de dos años, me parece. Se los presté de buena fe, porque confío en las responsabilidades y virtudes de la amistad (yo normalmente soy muy reacia a prestar libros, confieso ser bastante posesiva con ellos). Ya les he dejado todo tipo de avisos, algunos medio en broma haciendo alusión a los Morosos Incobrables, pero ahí seguimos en la dulce espera. Por lo menos, creo, espero, anhelo, deseo, que los mantengan en buenas condiciones, porque encima, aunque los tengo registrados en el Inventario de mi Biblioteca Personal, no he podido estamparles mi sello ni pegarles la oblea justamente porque estaban en poder de mis queridas amigas durante el proceso.

Y, ahora que lo pienso, ¿será que primero yo debería devolver los libros que debo, para que así me devuelvan los míos? No importa si son distintas las condiciones de préstamo o las personas involucradas. La vida tiene esas vueltas de tuerca bastante caprichosas…

domingo, 17 de septiembre de 2023

Colectivos 2: Pasear, Estudiar, Trabajar

 


Colectivos 2: Pasear, Estudiar y Trabajar

Los tres grandes verbos significantes en mi relación con los colectivos/ómnibus son esos: pasear, estudiar, trabajar, aunque no es algo único en mi caso. Digamos que también están presentes en las vidas de todos: siempre que nos subimos a un colectivo, del tipo que fuere, es para ir de paseo, para ir a la escuela/colegio/facultad, o para ir al trabajo (.

Haciendo una segmentación de mi vida en forma cronológica, tocaría empezar por mi infancia y mi adolescencia, con los correspondientes límites que marcan la finalización de la escuela primaria en 6° grado y la finalización de la secundaria en 6° año (siempre me gustó ese balance entre ambos niveles educativos: 6 años por un lado, 6 años por otro, a pesar de que aún hoy en día no es así en todos lados, pero dejaremos eso para otro momento).

En aquella época, subirme a un colectivo siempre significaba ir a conocer un lugar nuevo, ampliar lo que podría llamarse mi “mapa mental geográfico” para descubrir qué había más allá de mi pueblo. Así, conocí la ciudad de Gualeguaychú en un viaje de 3° grado, Capital Federal en el viaje de 6° grado, Mar del Plata en la instancia nacional de los Juegos Culturales Evita del año 2009, Bariloche en el viaje de egresados en 2012, o en ese mismo año, Santa Fe gracias a las Olimpíadas de Historia, por mencionar algunos ejemplos. Claro que hubo otros pueblos o ciudades de los que quizá no me acuerdo mucho. Pero el mayor punto en común de esos viajes era el mismo: ir de paseo, de visita, hacer turismo. Pasear, entonces, es la acción principal de los colectivos durante mi infancia y adolescencia.

Luego de terminar el secundario, a partir del año 2013 comenzaría una nueva etapa en mi vida y, con ello, también un nuevo paradigma en cuanto al uso del servicio de colectivos. Me mudé a Concepción del Uruguay, y ya el hecho de mudarme de ciudad estableció la necesidad de usar los ómnibus, o sea los colectivos de larga distancia, de manera muchísimo más frecuente que en años anteriores. Por suerte, no tenía necesidad de viajar todos los días, ya que había conseguido alquilar un departamento. Casi siempre me iba a Urdinarrain los fines de semana, así que prácticamente el objetivo para sacar un pasaje de colectivo seguía siendo ir de paseo, pero de por medio estaba el estudio, porque me tocaba volver a la ciudad para seguir con la carrera.

En Concepción es cuando comencé a utilizar los colectivos de línea, los urbanos, y todavía me acuerdo la interesante aventura que fueron los primeros viajes, cuando empezaba a familiarizarme con el recorrido de la línea 4 / Hospital-Zapata-Centro (el que más usaba). Aunque durante gran parte de los años de cursada tenía la facilidad de ir caminando, ya los últimos años, cuando me quedaban unas últimas materias por cursar y me había mudado bastante lejos del centro, ahí me tocaba tomarme el colectivo para ir hasta la facultad.

Viví casi ininterrumpidamente durante 10 en Concepción, y digo “casi” porque en el año 2018, por varias cuestiones que no vienen al caso, me volví a Urdinarrain y ahí sí, viajaba todos o casi todos los días a Concepción. Ese año, más que ningún otro, me subía a los ómnibus para ir a estudiar, el segundo gran verbo. Fue una etapa linda y no tan linda a la vez. La ventaja era que tenía horarios para ir y volver de Urdinarrain a Concepción en el mismo día (algo que hoy día, lamentablemente, se ha perdido sin remedio después de la pandemia). Claro que era bastante gasto, aunque en esa época me lo podía costear. Me sentía una especie de peregrina, de mochilera. Pero la parte no tan linda era tener que cargar con la mochila y todos los demás menesteres, o tener que quedarme esperando hasta la medianoche, que era la hora en que salía el colectivo de vuelta para Urdinarrain. Me tocaba lidiar con varias horas muertas, y con el cansancio típico de tener que ir de un lado para otro. Y depender de que el colectivo no se rompa, no se retrase, o no esté de paro.

Para el año 2019, consciente de que, si quería hacer las prácticas docentes, no me iba a servir ese sistema de viaje diario, decidí volver a mudarme a Concepción. Y ese año traería una gran novedad: conseguí mi primera suplencia como bibliotecaria en una biblioteca escolar de Basavilbaso (hoy escala ineludible si tengo que viajar de Urdi a Concepción, pero luego hablaremos de eso). Durante este año es cuando toma fuerza el tercer gran verbo: trabajar -palabra que provoca ñáñaras en ciertos sectores de la población-. La movilidad era mixta: algunos días viajaba en auto con maestras (más que nada jardineras) con quienes compartía gastos, pero otros días me tocaba, inevitablemente, depender de los colectivos. La gran desventaja eran los horarios rotativos: algunos días me tocaba ir de mañana, y otros, de tarde.

Sin dudas, viajar en auto es bastante más cómodo que en colectivo… Sin embargo, cuando el auto es ajeno, la cosa cambia. Si el dueño del auto no viaja, si se le rompe el auto, o si hubo elecciones y en tu escuela te toca trabajar igual porque en esa escuela no se vota (vaya suerte la mía: justo me tocó trabajar en la única escuela donde no se votaba), te las tenés que arreglar como puedas. Por el turno tarde no había tanto problema, por lo general para ir y volver había colectivos en horarios accesibles. El tema venía si me tocaba ir en el turno mañana, para volver. A las doce yo salía de la escuela, y colectivos a Concepción había recién a las 2 de la tarde. Y en la terminal no había (ni hay hoy tampoco) un mísero café o pub donde tomar algo y pasar el rato hasta que llegue el colectivo. Así que me pegaba tremendos clavos en una terminal vacía y silenciosa como la siesta, con una recepción de datos deficiente, y no me quedaba de otra que comprarme algo para hacerme unos sándwiches y esperar.

¡Cuántas veces habré rezongado, anhelando tener mi propio auto, y así aumentar exponencialmente mi porcentaje de autonomía!

Igual, no me quejo, tuve trabajo todo ese año y afortunadamente, por lo general, no tuve demasiados inconvenientes para llegar a la escuela. Pero cuando finalizó esa suplencia, me dije: “ojalá que mi próxima suplencia sea dentro de la ciudad. No pienso tomar cargos afuera a menos que disponga de movilidad propia”. Bueno, en marzo de 2020, a tres días de que decretaron los (primeros) quince días de aislamiento por las causas que todos ya conocemos, conseguí un cargo en otra biblioteca escolar que quedaba en el centro de la ciudad. Un año después, cuando volvimos a la presencialidad, otra vez me subiría a un colectivo todos los días para ir a trabajar… pero al menos no para salir a la ruta, y contaba con los taxis si por algún motivo perdía el colectivo.

Luego de tres años de trabajar en primaria, este año subí de nivel y tomé horas de Lengua y Literatura en una escuela secundaria… en medio del campo. Y aún no disponía de transporte propio, pero al menos tenía ciertas facilidades para viajar, sobre todo en cuanto a costos. Solamente debía tomarme un colectivo de línea desde el barrio de la Defensa Sur, donde vivía, hasta el Monumento Urquiza, y allí me subía a otro colectivo que en este caso transportaba a los alumnos, y por ende me salía totalmente gratis. Lo malo era la limitación en los horarios: tenía que salir a las once menos cuarto de mi casa, lo cual me impedía almorzar debidamente, y a la vuelta, entre un colectivo y otro (sobre todo para volver a casa desde el Monumento, y ése venía lleno como lata de sardinas), llegaba recontra cansada a casa.

Hoy, por suerte, ya no dependo de colectivos ni de autos ajenos para ir a trabajar. Y, la verdad, no extraño eso para nada. Ahora, la función de los colectivos en mi vida vuelve al primer gran verbo: pasear, entre otras funciones intermedias como lo son hacer trámites, pero no descarto que estudiar o trabajar puedan volver. La vida da muchos giros. 


jueves, 17 de agosto de 2023

Bibliotecas 1: Una Biblioteca propia

 



Bibliotecas 1: Una Biblioteca propia

 

Hace un tiempo, me compré un libro titulado simplemente “Bibliotecas”, publicado por la editorial Godot, con escritos de una variedad de autoras y autores que se ponen a hablar sobre sus bibliotecas y el significado de las mismas para sus vidas. Durante la primera lectura, lo que más me impactó fue la diversidad de experiencias que cada uno manifestaba tener o haber tenido con sus respectivas bibliotecas, y a su vez, hubo muchos momentos donde me sentí identificada. Momentos de lectura donde dije: “¡ah, yo también hago eso!”, “mirá, a mí me pasó algo parecido”, etc.

Entonces decidí, una vez terminado el libro -que me resultó más flaco de lo que parecía a simple vista porque lo compré por vía virtual, pero igualmente nutritivo-, decidí releerlo desde el principio, pero esta vez copiando y apropiándome de algunos fragmentos que más me llamaron la atención, para luego escribir sobre eso y compartirlo acá.

De Katya Adaui, una autora que no he leído aún, y quien inicia el recorrido del libro, me pareció pertinente tomar las siguientes palabras:

A los quince años leí en una Selecciones del Reader’s Digest que coleccionaba mi mamá que era muy importante escribir una lista de las “25 cosas que quieres hacer antes de morir”. Yo confundí hacer con tener y puse:

Tener mi propia casa.

Tener mi propia biblioteca.

Casa y biblioteca como flechas intercambiables. La idea de propiedad me preocupaba, no sentía nada muy mío, excepto las horas de correr y de leer. De la velocidad y la fuga a la contemplación, al recogimiento. Visitaba la Biblioteca del colegio y me prestaba un libro nuevo cada día. Leía boca abajo en la cama, yéndome sin irme, la mente de viaje, en la antípoda de la ciudad o por fuera de la Tierra. Lecturas caóticas, antojadizas, sobrevivientes: debía quedarme en casa, y necesitaba estar a la vez en otro lado.

(…)

Cuando pude comenzar a comprarme libros, los marqué de muchas maneras. Mandé a hacer un sello con mi nombre y apellido. Lo tatuaba en la primera página, la que está en blanco, la del respeto.

 

Sin dudas, comparto plenamente el pensamiento sobre tener una biblioteca propia. Y una casa propia, ni hablar… aunque, con la economía como está ahora, el primero es un sueño mucho más plausible de cumplir. De hecho, actualmente tengo una biblioteca propia, que voy ampliando de a poco. Una meta ya llevo cumplida.

Por otro lado, en la construcción de mi camino lector han jugado un papel fundamental las Bibliotecas Populares de las dos ciudades donde he vivido, y también la biblioteca del colegio donde hice el secundario. Porque mi biblioteca personal no se compone solamente de los libros que poseo y que he leído, sino también de los libros que llevé prestados de esas bibliotecas. Cuando iba al Colegio muy raras veces salía al recreo: me quedaba leyendo. O dibujando. Mis compañeros podían sentirse tranquilos de que nadie les iba a entrar a robar nada, porque yo me quedaba siempre en el aula...

Bueno, de adolescente nunca tuve muy aceitadas dotes de socialización.

Volviendo a las bibliotecas de las que fui socia, pienso que me hubiera gustado poder quedarme con mis fichas de usuario para tener a disposición la lista de todos los libros que fui leyendo en cada período de mi vida. Uno no puede acordarse de todo lo que ha leído, salvo cuando empezás a leer uno y te das cuenta de que ya lo leíste. Sin embargo, una relectura nunca viene mal, especialmente cuando hay cierta distancia temporal entre la primera lectura y la segunda.

Hay muchos libros que me compré y otros que tengo ganas de comprarme. Siempre me planteé esa cuestión: siendo socia de una biblioteca, puedo llevarme prestado el libro que tengo ganas de leer. Y luego decidir si lo quiero comprar o no. En este año, especialmente desde el 2020, me he comprado muchos libros. Casi todas las semanas me consigo un libro nuevo, especialmente ahora, que me llegan por entrega dos colecciones: una de Claudia Piñeiro, y otra de Julio Cortázar (oportunidad imperdible porque son libros de tapa dura). Y como bibliotecaria que soy, cada vez que ingresa un ejemplar a mi biblioteca personal, realizo uno de los procesos técnicos principales: sellado, inventario y pegado de oblea. El Inventario lo llevo en un cuaderno escolar amarillo, de tapa dura. El sello que uso es el que mandé a hacer luego de recibirme de Profesora en Lengua y Literatura. Y a cada libro le pego una oblea en la parte inferior del lomo, donde consta su número de inventario y la signatura librística (las tres primeras letras del apellido del autor).

No soy de marcar o de hacer anotaciones en los libros, más allá de sellarlos en las tres primeras páginas y de escribirles el número de inventario. Así es como se incorpora, cada uno, a mi Biblioteca propia.

De aquí a que llegue a hacerme de una casa, probablemente ocupe una habitación entera sólo para los libros.

sábado, 29 de julio de 2023

Colectivos 1: Una cuestión de nomenclatura

 


En mi vida cotidiana, cuando hablo de manteca, es decir, cuando nombro la palabra, puede referirse indistintamente a la “manteca” -o “mantequilla” para quienes me leen desde otros países hispanohablantes- y a la “margarina”. Mi mamá siempre me recalca que manteca y margarina no son lo mismo: lo que las diferencia es su producto de origen. La manteca es de origen animal, mientras que la margarina es de origen vegetal. Esta diferenciación es importante sobre todo para la repostería -afición que mi mamá y yo compartimos-. Hay distintas calidades de manteca y margarina y eso influye mucho en cualquier tipo de preparación, ya sea masa, relleno o crema. Yo, de todas formas, sigo usando la palabra manteca indistintamente, no por llevarle la contra a mi vieja sino porque mi cabeza está programada así, qué le vamos a hacer.

En el idioma español hay muchas palabras que suenan o se escriben de la misma forma, pero no se refieren a la misma cosa. La manera de darse cuenta es fijándose en el contexto. Por ejemplo, volviendo un cachito a lo anterior, para una masa de hojaldre sirve más la margarina; por el contrario, para una masa de budín será ideal la manteca.

Con los colectivos me ocurre igual. Dejando de lado el significado que alude a las comunidades o agrupaciones de personas, cuando digo “colectivo” me puedo estar refiriendo a:

·      Los colectivos urbanos, colectivos de línea o de corta distancia, los que andan por dentro de una ciudad y circulando por infinidad de avenidas y calles.

·    Los ómnibus, los colectivos de larga distancia, los que van de una ciudad a otra y van por rutas y/o autopistas.

Quienes viven en Buenos Aires, capital de mi país, y ciudad donde técnicamente nacieron los colectivos, los llaman, en algunos casos, bondis, y en otros países pueden ser llamados buses, autobuses, y así podría seguir. Hay muchas formas de nombrarlos, y con mucha razón porque no son todos iguales. Los colectivos urbanos son casi siempre de un solo piso y disponen, además de una puerta para subir, una o dos puertas más para bajar, incluyendo un correspondiente timbre que los pasajeros presionan para avisar al chofer que se quieren bajar. Por otro lado, los ómnibus pueden ser de uno o dos pisos y cuentan con baño, televisión, aire acondicionado y asientos reclinables, y pueden recorrer distancias muchísimo más largas.

Obviamente, esto no es nada del otro mundo. ¿Quién no se subió a algún colectivo alguna vez, en cualquiera de sus formas? Bueno, quizá la gente que siempre dispuso de un automóvil particular o alguien a quien no le sienta bien viajar en transporte público.

La inspiración para empezar a escribir sobre los colectivos viene de un librito que leí de contrabando en la biblioteca donde ahora trabajo. Se titula “Ómnibus” y fue publicado por Elvio Gandolfo, cuyo nombre me suena de algún lado y no sé de dónde. En ese libro, este hombre cuenta, relata, reflexiona, sobre sus vivencias a bordo de los ómnibus, en una etapa en la que le tocaba viajar muy seguido de Buenos Aires a Rosario y viceversa. Fue a partir de la lectura de ese libro que empecé a pensar en mis propias experiencias de viaje en colectivos y ómnibus. Ahí me di cuenta de cuánto podría escribir al respecto. Así que acá estoy, iniciando una serie de entradas que tendrán por título principal “Colectivos” (ya saben que me voy a referir a colectivos y ómnibus en general), acompañado de un subtítulo relacionado al tema que voy a tratar.

Porque la verdad es que hay mucho para hablar sobre los colectivos… y no solamente cuando hacen paro o producen disturbios en el tránsito.  

Bienvenid@s

 Buenos días/tardes/noches, según cuándo estén leyendo esto.

Quisiera darles la bienvenida a mi pequeño y humilde blog, este diminuto asteroide dentro de este gran universo llamado Internet. Decidí abrirlo con la intención de empezar a escribir, publicar y difundir las miles de palabras que rondan por mi cabeza a diario. Mi idea también es contar un poco sobre lo que hago: soy bibliotecaria, profesora en Lengua y Literatura y, especialmente, escritora. 

Aquí encontrarán entradas de no más de mil palabras (ejercicio de brevedad, porque tengo tendencia a escribir textos largos) sobre los temas que me vayan surgiendo. Debido a los ritmos que me impone el trabajo, la periodicidad de actualización será de quince días (puede que me tarde más, puede que me tarde menos). 

Desde ya, muchas gracias por pasarse por acá. Aceptaré comentarios y críticas constructivas para que este sitio siga creciendo. 

¡Hasta pronto!

Empecemos por acá

Bienvenid@s

  Buenos días/tardes/noches, según cuándo estén leyendo esto. Quisiera darles la bienvenida a mi pequeño y humilde blog, este diminuto aster...