¡Bienvenidos y bienvenidas a la décima reseña literaria! A este punto calculo que vamos a llegar a las cincuenta dentro de poco.
Este es uno de los libros que más
disfruté de leer en mis colaboraciones con Creativa Servicios. A simple vista,
la portada te produce la idea de que es un libro de tintes oscuros, o por lo
menos lúgubres. Sin embargo, ni bien nos embarcamos en la lectura, el Prólogo
nos saca de toda duda: se trata de un libro de cuentos. Y uno bastante
entretenido, que en más de una ocasión me sacó una sonrisa o directamente me
hizo reír. De hecho, para cualquiera que sea escritor o escritora, puede
resultar una obra divertida y al mismo tiempo reflexiva…
Pero volviendo al Prólogo: allí
no se presenta el Autor, sino un tal Renato Ortiz, pujante empresario textil,
que simplemente le está haciendo un favor a un viejo amigo con una enfermedad
terminal, quien le había pedido, como última voluntad, ver publicados sus
escritos. Este amigo se llama Severino Camposanto, un escritor frustrado que ha
escrito mucho y no ha publicado nada, pues fue rechazado por todas las
editoriales en las que se presentaba. De modo que, en la última instancia, le
pidió ayuda al ya mencionado Renato. Y aunque Renato no considera que los
relatos tengan suficiente calidad literaria como para merecer la publicación,
sólo accedió a hacerlo por su esposa, Violeta.
Lo que me gusta es este
procedimiento de desdoblamiento que lleva a cabo Facundo Pistola, porque no se
pone a él mismo como responsable de la creación del libro, sino que crea dos personajes con
una historia bien definida. Adopta dos máscaras, si se quiere. Me parece que
eso es lo que representa la fotografía de la portada. Otro detalle que me llama
la atención es que Renato Ortiz no le tire ninguna clase de flores a Severino,
a pesar de ser amigo suyo: abiertamente afirma que Severino es pésimo (y no va
a ser la única vez que lo va a mencionar). Es curioso y es divertido, porque a
la postre, quien debería definir si es muy malo o no tan malo, sería el lector.
O sea, como que busca crearte esa expectativa de “mala literatura” a propósito,
quizá porque en el fondo sí es bueno o para desafiar a quien lee: si te gustan
estos relatos, tal vez, sólo tal vez, tengas un pésimo gusto literario.
En Sincericidio a modo de
prólogo, el propio Severino escribe una modesta introducción para su obra,
reflexionando sobre lo que lo motiva a escribir y expresando su esperanza de
que alguien llegue a leerla. Esto es algo que está muy presente a lo largo de
las páginas: la respuesta, el ida y vuelta, el diálogo, las referencias
cruzadas entre los cuentos.
El narrador, en algunos casos, se
corre de su rol funcional y demuestra que no sabe tanto de los hechos como
debiera, como en “Amar”. En otras ocasiones, se mete a opinar por demás en la
historia, interrumpiendo el flujo de la narración e incluso haciendo lo que él
mismo menciona que no se debería hacer. Como ponerse a divagar, a dar vueltas
sobre explicaciones que nadie pidió, provocando que el texto resulte más extenso
de lo que su título promete.
Esto no ocurre en todos los
cuentos, sino en algunos muy específicos, como en la que voy a llamar mi “trilogía”
favorita de cuentos dentro del libro. Primero está Una breve, brevísima
historia de cómo un ser humano frío y calculador encuentra el amor a primera
vista, Severino describe el momento en que su amigo Renato conoce al amor
de su vida. Más adelante, en Una breve, brevísima historia de cómo un
narrador de segundo orden se pone en el centro de las luces y toma el
protagonismo de una historia que le es ajena, Renato da su respuesta a ese
relato y realiza algunas aclaraciones sobre el episodio de su vida que inspiró
el primer cuento (acá es donde aprovecha a decir que Severino es un pedante). Y
se ve que, en el espacio extradiegético —por fuera del texto—, las
discrepancias entre Renato y Severino pasaron a mayores, porque Violeta, la
otra protagonista de la anécdota, interviene en la disputa a través de Una
breve, brevísima carta aclaratoria sobre amor a primera vista, empresarios de
poca monta, narradores pedantes y misceláneas.
En otros casos, el narrador juega
con el discurso, al punto de que no te aclara si habla en términos metafóricos
o literales. Como la bomba en Cuando aclarar oscurece.
Para quienes nos gusta lo
meta-discursivo, la “puesta en abismo”, o aquella escritura que habla sobre sí
misma, la literatura que delata su condición de artificio, hay cuentos como Seis
autores en busca de un personaje donde un joven, pálido de ideas para
escribir, recurre a su familia para que le den palabras clave que sirvan de
disparador. Así, con los conceptos aportados por su padre, su madre, su hermano
y una hermana, el protagonista logra redactar algo, con lo que no está muy
conforme, pero de todas maneras lo comparte. Sin embargo, hizo trampa: La
reinvindicación del nouvel écrivain nos revela que cambió los términos
proporcionados por sus familiares por otros que fueran más compatibles.
Nuevamente, en la dimensión extradiegética, se produjo un conflicto que derivó
en la rectificación del joven escritor, quien en este segundo
cuento-dentro-de-otro-cuento, escribe otro relato en el que utiliza lo que de
verdad le dijeron.
Para complementar un poco la
variedad temática de la obra, queda decir que hay muchos escritos cargados de
reflexiones y que te dejan también pensando. Como Un solo hombre gritando o
Minuto más, minuto menos, entre otros.
Creo que no me queda mucho más
para decir, el resto sería redundar y divagar. Así que voy a terminar esta
reseña con una ferviente recomendación de Los sollozos del camposanto.
Denle una oportunidad a Severino Camposanto, a lo mejor hasta les termina
pareciendo un buen escritor.
Muchas gracias a Facundo Pistola
y al equipo de Creativa Servicios por darme la oportunidad de leer y reseñar
este libro. Sin más que agregar, me despido. ¡Nos leemos la próxima!
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