En mi vida cotidiana, cuando
hablo de manteca, es decir, cuando nombro la palabra, puede referirse
indistintamente a la “manteca” -o “mantequilla” para quienes me leen desde
otros países hispanohablantes- y a la “margarina”. Mi mamá siempre me recalca
que manteca y margarina no son lo mismo: lo que las diferencia es su
producto de origen. La manteca es de origen animal, mientras que la
margarina es de origen vegetal. Esta diferenciación es importante sobre
todo para la repostería -afición que mi mamá y yo compartimos-. Hay distintas
calidades de manteca y margarina y eso influye mucho en cualquier tipo de
preparación, ya sea masa, relleno o crema. Yo, de todas formas, sigo usando la
palabra manteca indistintamente, no por llevarle la contra a mi vieja
sino porque mi cabeza está programada así, qué le vamos a hacer.
En el idioma español hay muchas
palabras que suenan o se escriben de la misma forma, pero no se refieren a la
misma cosa. La manera de darse cuenta es fijándose en el contexto. Por ejemplo,
volviendo un cachito a lo anterior, para una masa de hojaldre sirve más la
margarina; por el contrario, para una masa de budín será ideal la manteca.
Con los colectivos me
ocurre igual. Dejando de lado el significado que alude a las comunidades o
agrupaciones de personas, cuando digo “colectivo” me puedo estar refiriendo a:
· Los colectivos urbanos, colectivos de línea o
de corta distancia, los que andan por dentro de una ciudad y circulando por
infinidad de avenidas y calles.
· Los ómnibus, los colectivos de larga
distancia, los que van de una ciudad a otra y van por rutas y/o autopistas.
Quienes viven en Buenos Aires,
capital de mi país, y ciudad donde técnicamente nacieron los colectivos, los
llaman, en algunos casos, bondis, y en otros países pueden ser llamados buses,
autobuses, y así podría seguir. Hay muchas formas de nombrarlos, y con
mucha razón porque no son todos iguales. Los colectivos urbanos son casi
siempre de un solo piso y disponen, además de una puerta para subir, una o dos
puertas más para bajar, incluyendo un correspondiente timbre que los pasajeros
presionan para avisar al chofer que se quieren bajar. Por otro lado, los
ómnibus pueden ser de uno o dos pisos y cuentan con baño, televisión, aire
acondicionado y asientos reclinables, y pueden recorrer distancias muchísimo
más largas.
Obviamente, esto no es nada del otro
mundo. ¿Quién no se subió a algún colectivo alguna vez, en cualquiera de sus
formas? Bueno, quizá la gente que siempre dispuso de un automóvil particular o alguien
a quien no le sienta bien viajar en transporte público.
La inspiración para empezar a
escribir sobre los colectivos viene de un librito que leí de contrabando en la
biblioteca donde ahora trabajo. Se titula “Ómnibus” y fue publicado por Elvio
Gandolfo, cuyo nombre me suena de algún lado y no sé de dónde. En ese libro,
este hombre cuenta, relata, reflexiona, sobre sus vivencias a bordo de los
ómnibus, en una etapa en la que le tocaba viajar muy seguido de Buenos Aires a
Rosario y viceversa. Fue a partir de la lectura de ese libro que empecé a
pensar en mis propias experiencias de viaje en colectivos y ómnibus. Ahí me di
cuenta de cuánto podría escribir al respecto. Así que acá estoy, iniciando una
serie de entradas que tendrán por título principal “Colectivos” (ya saben que
me voy a referir a colectivos y ómnibus en general), acompañado de un subtítulo
relacionado al tema que voy a tratar.
Porque la verdad es que hay mucho
para hablar sobre los colectivos… y no solamente cuando hacen paro o producen
disturbios en el tránsito.