Colectivos 2: Pasear, Estudiar
y Trabajar
Los tres grandes verbos
significantes en mi relación con los colectivos/ómnibus son esos: pasear,
estudiar, trabajar, aunque no es algo único en mi caso. Digamos que también
están presentes en las vidas de todos: siempre que nos subimos a un colectivo,
del tipo que fuere, es para ir de paseo, para ir a la escuela/colegio/facultad,
o para ir al trabajo (.
Haciendo una segmentación de mi
vida en forma cronológica, tocaría empezar por mi infancia y mi adolescencia,
con los correspondientes límites que marcan la finalización de la escuela
primaria en 6° grado y la finalización de la secundaria en 6° año (siempre me
gustó ese balance entre ambos niveles educativos: 6 años por un lado, 6 años
por otro, a pesar de que aún hoy en día no es así en todos lados, pero
dejaremos eso para otro momento).
En aquella época, subirme a un
colectivo siempre significaba ir a conocer un lugar nuevo, ampliar lo que
podría llamarse mi “mapa mental geográfico” para descubrir qué había más allá
de mi pueblo. Así, conocí la ciudad de Gualeguaychú en un viaje de 3° grado,
Capital Federal en el viaje de 6° grado, Mar del Plata en la instancia nacional
de los Juegos Culturales Evita del año 2009, Bariloche en el viaje de egresados
en 2012, o en ese mismo año, Santa Fe gracias a las Olimpíadas de Historia, por
mencionar algunos ejemplos. Claro que hubo otros pueblos o ciudades de los que
quizá no me acuerdo mucho. Pero el mayor punto en común de esos viajes era el
mismo: ir de paseo, de visita, hacer turismo. Pasear, entonces, es la
acción principal de los colectivos durante mi infancia y adolescencia.
Luego de terminar el secundario,
a partir del año 2013 comenzaría una nueva etapa en mi vida y, con ello,
también un nuevo paradigma en cuanto al uso del servicio de colectivos. Me mudé
a Concepción del Uruguay, y ya el hecho de mudarme de ciudad estableció la
necesidad de usar los ómnibus, o sea los colectivos de larga distancia, de
manera muchísimo más frecuente que en años anteriores. Por suerte, no tenía
necesidad de viajar todos los días, ya que había conseguido alquilar un
departamento. Casi siempre me iba a Urdinarrain los fines de semana, así que
prácticamente el objetivo para sacar un pasaje de colectivo seguía siendo ir de
paseo, pero de por medio estaba el estudio, porque me tocaba volver a la ciudad
para seguir con la carrera.
En Concepción es cuando comencé a
utilizar los colectivos de línea, los urbanos, y todavía me acuerdo la
interesante aventura que fueron los primeros viajes, cuando empezaba a
familiarizarme con el recorrido de la línea 4 / Hospital-Zapata-Centro (el que
más usaba). Aunque durante gran parte de los años de cursada tenía la facilidad
de ir caminando, ya los últimos años, cuando me quedaban unas últimas materias
por cursar y me había mudado bastante lejos del centro, ahí me tocaba tomarme
el colectivo para ir hasta la facultad.
Viví casi ininterrumpidamente
durante 10 en Concepción, y digo “casi” porque en el año 2018, por varias
cuestiones que no vienen al caso, me volví a Urdinarrain y ahí sí, viajaba
todos o casi todos los días a Concepción. Ese año, más que ningún otro, me
subía a los ómnibus para ir a estudiar, el segundo gran verbo. Fue una
etapa linda y no tan linda a la vez. La ventaja era que tenía horarios para ir
y volver de Urdinarrain a Concepción en el mismo día (algo que hoy día,
lamentablemente, se ha perdido sin remedio después de la pandemia). Claro que
era bastante gasto, aunque en esa época me lo podía costear. Me sentía una
especie de peregrina, de mochilera. Pero la parte no tan linda era tener que
cargar con la mochila y todos los demás menesteres, o tener que quedarme
esperando hasta la medianoche, que era la hora en que salía el colectivo de
vuelta para Urdinarrain. Me tocaba lidiar con varias horas muertas, y con el
cansancio típico de tener que ir de un lado para otro. Y depender de que el
colectivo no se rompa, no se retrase, o no esté de paro.
Para el año 2019, consciente de
que, si quería hacer las prácticas docentes, no me iba a servir ese sistema de
viaje diario, decidí volver a mudarme a Concepción. Y ese año traería una gran
novedad: conseguí mi primera suplencia como bibliotecaria en una biblioteca
escolar de Basavilbaso (hoy escala ineludible si tengo que viajar de Urdi a
Concepción, pero luego hablaremos de eso). Durante este año es cuando toma
fuerza el tercer gran verbo: trabajar -palabra que provoca ñáñaras en
ciertos sectores de la población-. La movilidad era mixta: algunos días viajaba
en auto con maestras (más que nada jardineras) con quienes compartía gastos,
pero otros días me tocaba, inevitablemente, depender de los colectivos. La gran
desventaja eran los horarios rotativos: algunos días me tocaba ir de mañana, y
otros, de tarde.
Sin dudas, viajar en auto es
bastante más cómodo que en colectivo… Sin embargo, cuando el auto es ajeno, la
cosa cambia. Si el dueño del auto no viaja, si se le rompe el auto, o si hubo
elecciones y en tu escuela te toca trabajar igual porque en esa escuela no se
vota (vaya suerte la mía: justo me tocó trabajar en la única escuela donde no
se votaba), te las tenés que arreglar como puedas. Por el turno tarde no
había tanto problema, por lo general para ir y volver había colectivos en
horarios accesibles. El tema venía si me tocaba ir en el turno mañana, para
volver. A las doce yo salía de la escuela, y colectivos a Concepción había
recién a las 2 de la tarde. Y en la terminal no había (ni hay hoy tampoco) un
mísero café o pub donde tomar algo y pasar el rato hasta que llegue el
colectivo. Así que me pegaba tremendos clavos en una terminal vacía y
silenciosa como la siesta, con una recepción de datos deficiente, y no me
quedaba de otra que comprarme algo para hacerme unos sándwiches y esperar.
¡Cuántas veces habré rezongado,
anhelando tener mi propio auto, y así aumentar exponencialmente mi porcentaje
de autonomía!
Igual, no me quejo, tuve trabajo
todo ese año y afortunadamente, por lo general, no tuve demasiados
inconvenientes para llegar a la escuela. Pero cuando finalizó esa suplencia, me
dije: “ojalá que mi próxima suplencia sea dentro de la ciudad. No pienso tomar
cargos afuera a menos que disponga de movilidad propia”. Bueno, en marzo de
2020, a tres días de que decretaron los (primeros) quince días de aislamiento
por las causas que todos ya conocemos, conseguí un cargo en otra biblioteca
escolar que quedaba en el centro de la ciudad. Un año después, cuando volvimos
a la presencialidad, otra vez me subiría a un colectivo todos los días para ir
a trabajar… pero al menos no para salir a la ruta, y contaba con los taxis si
por algún motivo perdía el colectivo.
Luego de tres años de trabajar en
primaria, este año subí de nivel y tomé horas de Lengua y Literatura en una
escuela secundaria… en medio del campo. Y aún no disponía de transporte propio,
pero al menos tenía ciertas facilidades para viajar, sobre todo en cuanto a
costos. Solamente debía tomarme un colectivo de línea desde el barrio de la
Defensa Sur, donde vivía, hasta el Monumento Urquiza, y allí me subía a otro
colectivo que en este caso transportaba a los alumnos, y por ende me salía
totalmente gratis. Lo malo era la limitación en los horarios: tenía que salir a
las once menos cuarto de mi casa, lo cual me impedía almorzar debidamente, y a
la vuelta, entre un colectivo y otro (sobre todo para volver a casa desde el
Monumento, y ése venía lleno como lata de sardinas), llegaba recontra cansada a
casa.
Hoy, por suerte, ya no dependo de
colectivos ni de autos ajenos para ir a trabajar. Y, la verdad, no extraño eso
para nada. Ahora, la función de los colectivos en mi vida vuelve al primer gran
verbo: pasear, entre otras funciones intermedias como lo son hacer
trámites, pero no descarto que estudiar o trabajar puedan volver.
La vida da muchos giros.