domingo, 17 de septiembre de 2023

Colectivos 2: Pasear, Estudiar, Trabajar

 


Colectivos 2: Pasear, Estudiar y Trabajar

Los tres grandes verbos significantes en mi relación con los colectivos/ómnibus son esos: pasear, estudiar, trabajar, aunque no es algo único en mi caso. Digamos que también están presentes en las vidas de todos: siempre que nos subimos a un colectivo, del tipo que fuere, es para ir de paseo, para ir a la escuela/colegio/facultad, o para ir al trabajo (.

Haciendo una segmentación de mi vida en forma cronológica, tocaría empezar por mi infancia y mi adolescencia, con los correspondientes límites que marcan la finalización de la escuela primaria en 6° grado y la finalización de la secundaria en 6° año (siempre me gustó ese balance entre ambos niveles educativos: 6 años por un lado, 6 años por otro, a pesar de que aún hoy en día no es así en todos lados, pero dejaremos eso para otro momento).

En aquella época, subirme a un colectivo siempre significaba ir a conocer un lugar nuevo, ampliar lo que podría llamarse mi “mapa mental geográfico” para descubrir qué había más allá de mi pueblo. Así, conocí la ciudad de Gualeguaychú en un viaje de 3° grado, Capital Federal en el viaje de 6° grado, Mar del Plata en la instancia nacional de los Juegos Culturales Evita del año 2009, Bariloche en el viaje de egresados en 2012, o en ese mismo año, Santa Fe gracias a las Olimpíadas de Historia, por mencionar algunos ejemplos. Claro que hubo otros pueblos o ciudades de los que quizá no me acuerdo mucho. Pero el mayor punto en común de esos viajes era el mismo: ir de paseo, de visita, hacer turismo. Pasear, entonces, es la acción principal de los colectivos durante mi infancia y adolescencia.

Luego de terminar el secundario, a partir del año 2013 comenzaría una nueva etapa en mi vida y, con ello, también un nuevo paradigma en cuanto al uso del servicio de colectivos. Me mudé a Concepción del Uruguay, y ya el hecho de mudarme de ciudad estableció la necesidad de usar los ómnibus, o sea los colectivos de larga distancia, de manera muchísimo más frecuente que en años anteriores. Por suerte, no tenía necesidad de viajar todos los días, ya que había conseguido alquilar un departamento. Casi siempre me iba a Urdinarrain los fines de semana, así que prácticamente el objetivo para sacar un pasaje de colectivo seguía siendo ir de paseo, pero de por medio estaba el estudio, porque me tocaba volver a la ciudad para seguir con la carrera.

En Concepción es cuando comencé a utilizar los colectivos de línea, los urbanos, y todavía me acuerdo la interesante aventura que fueron los primeros viajes, cuando empezaba a familiarizarme con el recorrido de la línea 4 / Hospital-Zapata-Centro (el que más usaba). Aunque durante gran parte de los años de cursada tenía la facilidad de ir caminando, ya los últimos años, cuando me quedaban unas últimas materias por cursar y me había mudado bastante lejos del centro, ahí me tocaba tomarme el colectivo para ir hasta la facultad.

Viví casi ininterrumpidamente durante 10 en Concepción, y digo “casi” porque en el año 2018, por varias cuestiones que no vienen al caso, me volví a Urdinarrain y ahí sí, viajaba todos o casi todos los días a Concepción. Ese año, más que ningún otro, me subía a los ómnibus para ir a estudiar, el segundo gran verbo. Fue una etapa linda y no tan linda a la vez. La ventaja era que tenía horarios para ir y volver de Urdinarrain a Concepción en el mismo día (algo que hoy día, lamentablemente, se ha perdido sin remedio después de la pandemia). Claro que era bastante gasto, aunque en esa época me lo podía costear. Me sentía una especie de peregrina, de mochilera. Pero la parte no tan linda era tener que cargar con la mochila y todos los demás menesteres, o tener que quedarme esperando hasta la medianoche, que era la hora en que salía el colectivo de vuelta para Urdinarrain. Me tocaba lidiar con varias horas muertas, y con el cansancio típico de tener que ir de un lado para otro. Y depender de que el colectivo no se rompa, no se retrase, o no esté de paro.

Para el año 2019, consciente de que, si quería hacer las prácticas docentes, no me iba a servir ese sistema de viaje diario, decidí volver a mudarme a Concepción. Y ese año traería una gran novedad: conseguí mi primera suplencia como bibliotecaria en una biblioteca escolar de Basavilbaso (hoy escala ineludible si tengo que viajar de Urdi a Concepción, pero luego hablaremos de eso). Durante este año es cuando toma fuerza el tercer gran verbo: trabajar -palabra que provoca ñáñaras en ciertos sectores de la población-. La movilidad era mixta: algunos días viajaba en auto con maestras (más que nada jardineras) con quienes compartía gastos, pero otros días me tocaba, inevitablemente, depender de los colectivos. La gran desventaja eran los horarios rotativos: algunos días me tocaba ir de mañana, y otros, de tarde.

Sin dudas, viajar en auto es bastante más cómodo que en colectivo… Sin embargo, cuando el auto es ajeno, la cosa cambia. Si el dueño del auto no viaja, si se le rompe el auto, o si hubo elecciones y en tu escuela te toca trabajar igual porque en esa escuela no se vota (vaya suerte la mía: justo me tocó trabajar en la única escuela donde no se votaba), te las tenés que arreglar como puedas. Por el turno tarde no había tanto problema, por lo general para ir y volver había colectivos en horarios accesibles. El tema venía si me tocaba ir en el turno mañana, para volver. A las doce yo salía de la escuela, y colectivos a Concepción había recién a las 2 de la tarde. Y en la terminal no había (ni hay hoy tampoco) un mísero café o pub donde tomar algo y pasar el rato hasta que llegue el colectivo. Así que me pegaba tremendos clavos en una terminal vacía y silenciosa como la siesta, con una recepción de datos deficiente, y no me quedaba de otra que comprarme algo para hacerme unos sándwiches y esperar.

¡Cuántas veces habré rezongado, anhelando tener mi propio auto, y así aumentar exponencialmente mi porcentaje de autonomía!

Igual, no me quejo, tuve trabajo todo ese año y afortunadamente, por lo general, no tuve demasiados inconvenientes para llegar a la escuela. Pero cuando finalizó esa suplencia, me dije: “ojalá que mi próxima suplencia sea dentro de la ciudad. No pienso tomar cargos afuera a menos que disponga de movilidad propia”. Bueno, en marzo de 2020, a tres días de que decretaron los (primeros) quince días de aislamiento por las causas que todos ya conocemos, conseguí un cargo en otra biblioteca escolar que quedaba en el centro de la ciudad. Un año después, cuando volvimos a la presencialidad, otra vez me subiría a un colectivo todos los días para ir a trabajar… pero al menos no para salir a la ruta, y contaba con los taxis si por algún motivo perdía el colectivo.

Luego de tres años de trabajar en primaria, este año subí de nivel y tomé horas de Lengua y Literatura en una escuela secundaria… en medio del campo. Y aún no disponía de transporte propio, pero al menos tenía ciertas facilidades para viajar, sobre todo en cuanto a costos. Solamente debía tomarme un colectivo de línea desde el barrio de la Defensa Sur, donde vivía, hasta el Monumento Urquiza, y allí me subía a otro colectivo que en este caso transportaba a los alumnos, y por ende me salía totalmente gratis. Lo malo era la limitación en los horarios: tenía que salir a las once menos cuarto de mi casa, lo cual me impedía almorzar debidamente, y a la vuelta, entre un colectivo y otro (sobre todo para volver a casa desde el Monumento, y ése venía lleno como lata de sardinas), llegaba recontra cansada a casa.

Hoy, por suerte, ya no dependo de colectivos ni de autos ajenos para ir a trabajar. Y, la verdad, no extraño eso para nada. Ahora, la función de los colectivos en mi vida vuelve al primer gran verbo: pasear, entre otras funciones intermedias como lo son hacer trámites, pero no descarto que estudiar o trabajar puedan volver. La vida da muchos giros. 


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