Bibliotecas
1: Una Biblioteca propia
Hace
un tiempo, me compré un libro titulado simplemente “Bibliotecas”, publicado por
la editorial Godot, con escritos de una variedad de autoras y autores que se
ponen a hablar sobre sus bibliotecas y el significado de las mismas para sus
vidas. Durante la primera lectura, lo que más me impactó fue la diversidad de
experiencias que cada uno manifestaba tener o haber tenido con sus respectivas
bibliotecas, y a su vez, hubo muchos momentos donde me sentí identificada. Momentos
de lectura donde dije: “¡ah, yo también hago eso!”, “mirá, a mí me pasó algo
parecido”, etc.
Entonces
decidí, una vez terminado el libro -que me resultó más flaco de lo que parecía
a simple vista porque lo compré por vía virtual, pero igualmente nutritivo-,
decidí releerlo desde el principio, pero esta vez copiando y apropiándome de
algunos fragmentos que más me llamaron la atención, para luego escribir sobre
eso y compartirlo acá.
De
Katya Adaui, una autora que no he leído aún, y quien inicia el recorrido del
libro, me pareció pertinente tomar las siguientes palabras:
A los quince años leí en una Selecciones del Reader’s Digest
que coleccionaba mi mamá que era muy importante escribir una lista de las “25
cosas que quieres hacer antes de morir”. Yo confundí hacer con tener y puse:
Tener mi propia casa.
Tener mi propia biblioteca.
Casa y biblioteca como flechas
intercambiables. La idea de propiedad me preocupaba, no sentía nada muy mío, excepto
las horas de correr y de leer. De la velocidad y la fuga a la contemplación, al
recogimiento. Visitaba la Biblioteca del colegio y me prestaba un libro nuevo
cada día. Leía boca abajo en la cama, yéndome sin irme, la mente de viaje, en
la antípoda de la ciudad o por fuera de la Tierra. Lecturas caóticas,
antojadizas, sobrevivientes: debía quedarme en casa, y necesitaba estar a la
vez en otro lado.
(…)
Cuando pude comenzar a comprarme
libros, los marqué de muchas maneras. Mandé a hacer un sello con mi nombre y
apellido. Lo tatuaba en la primera página, la que está en blanco, la del
respeto.
Sin
dudas, comparto plenamente el pensamiento sobre tener una biblioteca propia. Y
una casa propia, ni hablar… aunque, con la economía como está ahora, el primero
es un sueño mucho más plausible de cumplir. De hecho, actualmente tengo una
biblioteca propia, que voy ampliando de a poco. Una meta ya llevo cumplida.
Por
otro lado, en la construcción de mi camino lector han jugado un papel
fundamental las Bibliotecas Populares de las dos ciudades donde he vivido, y
también la biblioteca del colegio donde hice el secundario. Porque mi
biblioteca personal no se compone solamente de los libros que poseo y que he
leído, sino también de los libros que llevé prestados de esas bibliotecas. Cuando
iba al Colegio muy raras veces salía al recreo: me quedaba leyendo. O
dibujando. Mis compañeros podían sentirse tranquilos de que nadie les iba a
entrar a robar nada, porque yo me quedaba siempre en el aula...
Bueno,
de adolescente nunca tuve muy aceitadas dotes de socialización.
Volviendo
a las bibliotecas de las que fui socia, pienso que me hubiera gustado poder
quedarme con mis fichas de usuario para tener a disposición la lista de todos
los libros que fui leyendo en cada período de mi vida. Uno no puede acordarse
de todo lo que ha leído, salvo cuando empezás a leer uno y te das cuenta de que
ya lo leíste. Sin embargo, una relectura nunca viene mal, especialmente cuando
hay cierta distancia temporal entre la primera lectura y la segunda.
Hay
muchos libros que me compré y otros que tengo ganas de comprarme. Siempre me
planteé esa cuestión: siendo socia de una biblioteca, puedo llevarme prestado
el libro que tengo ganas de leer. Y luego decidir si lo quiero comprar o no. En
este año, especialmente desde el 2020, me he comprado muchos libros. Casi todas
las semanas me consigo un libro nuevo, especialmente ahora, que me llegan por
entrega dos colecciones: una de Claudia Piñeiro, y otra de Julio Cortázar (oportunidad
imperdible porque son libros de tapa dura). Y como bibliotecaria que soy, cada
vez que ingresa un ejemplar a mi biblioteca personal, realizo uno de los
procesos técnicos principales: sellado, inventario y pegado de oblea. El Inventario
lo llevo en un cuaderno escolar amarillo, de tapa dura. El sello que uso es el
que mandé a hacer luego de recibirme de Profesora en Lengua y Literatura. Y a
cada libro le pego una oblea en la parte inferior del lomo, donde consta su
número de inventario y la signatura librística (las tres primeras letras del
apellido del autor).
No
soy de marcar o de hacer anotaciones en los libros, más allá de sellarlos en las
tres primeras páginas y de escribirles el número de inventario. Así es como se
incorpora, cada uno, a mi Biblioteca propia.
De
aquí a que llegue a hacerme de una casa, probablemente ocupe una habitación
entera sólo para los libros.