jueves, 17 de agosto de 2023

Bibliotecas 1: Una Biblioteca propia

 



Bibliotecas 1: Una Biblioteca propia

 

Hace un tiempo, me compré un libro titulado simplemente “Bibliotecas”, publicado por la editorial Godot, con escritos de una variedad de autoras y autores que se ponen a hablar sobre sus bibliotecas y el significado de las mismas para sus vidas. Durante la primera lectura, lo que más me impactó fue la diversidad de experiencias que cada uno manifestaba tener o haber tenido con sus respectivas bibliotecas, y a su vez, hubo muchos momentos donde me sentí identificada. Momentos de lectura donde dije: “¡ah, yo también hago eso!”, “mirá, a mí me pasó algo parecido”, etc.

Entonces decidí, una vez terminado el libro -que me resultó más flaco de lo que parecía a simple vista porque lo compré por vía virtual, pero igualmente nutritivo-, decidí releerlo desde el principio, pero esta vez copiando y apropiándome de algunos fragmentos que más me llamaron la atención, para luego escribir sobre eso y compartirlo acá.

De Katya Adaui, una autora que no he leído aún, y quien inicia el recorrido del libro, me pareció pertinente tomar las siguientes palabras:

A los quince años leí en una Selecciones del Reader’s Digest que coleccionaba mi mamá que era muy importante escribir una lista de las “25 cosas que quieres hacer antes de morir”. Yo confundí hacer con tener y puse:

Tener mi propia casa.

Tener mi propia biblioteca.

Casa y biblioteca como flechas intercambiables. La idea de propiedad me preocupaba, no sentía nada muy mío, excepto las horas de correr y de leer. De la velocidad y la fuga a la contemplación, al recogimiento. Visitaba la Biblioteca del colegio y me prestaba un libro nuevo cada día. Leía boca abajo en la cama, yéndome sin irme, la mente de viaje, en la antípoda de la ciudad o por fuera de la Tierra. Lecturas caóticas, antojadizas, sobrevivientes: debía quedarme en casa, y necesitaba estar a la vez en otro lado.

(…)

Cuando pude comenzar a comprarme libros, los marqué de muchas maneras. Mandé a hacer un sello con mi nombre y apellido. Lo tatuaba en la primera página, la que está en blanco, la del respeto.

 

Sin dudas, comparto plenamente el pensamiento sobre tener una biblioteca propia. Y una casa propia, ni hablar… aunque, con la economía como está ahora, el primero es un sueño mucho más plausible de cumplir. De hecho, actualmente tengo una biblioteca propia, que voy ampliando de a poco. Una meta ya llevo cumplida.

Por otro lado, en la construcción de mi camino lector han jugado un papel fundamental las Bibliotecas Populares de las dos ciudades donde he vivido, y también la biblioteca del colegio donde hice el secundario. Porque mi biblioteca personal no se compone solamente de los libros que poseo y que he leído, sino también de los libros que llevé prestados de esas bibliotecas. Cuando iba al Colegio muy raras veces salía al recreo: me quedaba leyendo. O dibujando. Mis compañeros podían sentirse tranquilos de que nadie les iba a entrar a robar nada, porque yo me quedaba siempre en el aula...

Bueno, de adolescente nunca tuve muy aceitadas dotes de socialización.

Volviendo a las bibliotecas de las que fui socia, pienso que me hubiera gustado poder quedarme con mis fichas de usuario para tener a disposición la lista de todos los libros que fui leyendo en cada período de mi vida. Uno no puede acordarse de todo lo que ha leído, salvo cuando empezás a leer uno y te das cuenta de que ya lo leíste. Sin embargo, una relectura nunca viene mal, especialmente cuando hay cierta distancia temporal entre la primera lectura y la segunda.

Hay muchos libros que me compré y otros que tengo ganas de comprarme. Siempre me planteé esa cuestión: siendo socia de una biblioteca, puedo llevarme prestado el libro que tengo ganas de leer. Y luego decidir si lo quiero comprar o no. En este año, especialmente desde el 2020, me he comprado muchos libros. Casi todas las semanas me consigo un libro nuevo, especialmente ahora, que me llegan por entrega dos colecciones: una de Claudia Piñeiro, y otra de Julio Cortázar (oportunidad imperdible porque son libros de tapa dura). Y como bibliotecaria que soy, cada vez que ingresa un ejemplar a mi biblioteca personal, realizo uno de los procesos técnicos principales: sellado, inventario y pegado de oblea. El Inventario lo llevo en un cuaderno escolar amarillo, de tapa dura. El sello que uso es el que mandé a hacer luego de recibirme de Profesora en Lengua y Literatura. Y a cada libro le pego una oblea en la parte inferior del lomo, donde consta su número de inventario y la signatura librística (las tres primeras letras del apellido del autor).

No soy de marcar o de hacer anotaciones en los libros, más allá de sellarlos en las tres primeras páginas y de escribirles el número de inventario. Así es como se incorpora, cada uno, a mi Biblioteca propia.

De aquí a que llegue a hacerme de una casa, probablemente ocupe una habitación entera sólo para los libros.

Empecemos por acá

Bienvenid@s

  Buenos días/tardes/noches, según cuándo estén leyendo esto. Quisiera darles la bienvenida a mi pequeño y humilde blog, este diminuto aster...