Bibliotecas
2: Biblioteca incompleta
En
el libro “Bibliotecas”, Selva Almada cuenta esta curiosa anécdota:
Aunque
sea canchero entre los escritores robar libros de librerías o de otras
bibliotecas, confieso que nunca hurté un libro, o, mejor dicho, solo uno, una
sola vez. La piel
de caballo, de Ricardo Zelarayán. Me lo prestó un viejo amigo y fue una
lectura fundamental y reveladora. Así que me lo fui quedando. Él también quería
mucho ese libro y a su autor y lo había robado de una biblioteca de pueblo: en
la primera página estaba el sello delator. Así que para mis adentros me
excusaba con aquello de quien roba a un ladrón…
Hasta
donde yo tengo uso de razón, no creo haber robado nunca un libro. Pero sí tengo
un caso parecido como el que cuenta Selva, con dos libros que me prestó una
persona muy querida de Bogotá, que me los dio cuando estuve de visita por allá.
Uno se llamaba “Cómo No escribir una novela” y el otro, “50 cosas que debes
saber sobre literatura”, libros bastante buenos, sobre todo el primero. Y sumamente
útiles, también, para mi carrera literaria. Así que me los traje al país, con
la perspectiva de, en un futuro próximo, viajar de vuelta a Colombia y
regresarlos a su dueño… el tema es que, por varias cuestiones personales y
económicas que no vienen al caso, aún los tengo conmigo. Y no veo posibilidad
de poder tomar un avión hasta allá, a como viene la corrida del dólar en
Argentina…
Sin
embargo, todavía guardo la esperanza de encontrarme con la persona que me
prestó esos libros y poder devolvérselos personalmente, entregárselos en mano. Por
el momento, les doy asilo en mi biblioteca, y pienso en el retorno pendiente,
cada vez que veo sus lomos, como un exiliado que añora el regreso a su patria
algún día.
Por
eso, creo que es como una especie de karma que falten dos libros en mi
biblioteca: libros que presté a dos amigas mías (uno a cada una), ya va a ser
algo de dos años, me parece. Se los presté de buena fe, porque confío en las
responsabilidades y virtudes de la amistad (yo normalmente soy muy reacia a
prestar libros, confieso ser bastante posesiva con ellos). Ya les he dejado
todo tipo de avisos, algunos medio en broma haciendo alusión a los Morosos
Incobrables, pero ahí seguimos en la dulce espera. Por lo menos, creo, espero,
anhelo, deseo, que los mantengan en buenas condiciones, porque encima, aunque
los tengo registrados en el Inventario de mi Biblioteca Personal, no he podido
estamparles mi sello ni pegarles la oblea justamente porque estaban en poder de
mis queridas amigas durante el proceso.
Y,
ahora que lo pienso, ¿será que primero yo debería devolver los libros que debo,
para que así me devuelvan los míos? No importa si son distintas las condiciones
de préstamo o las personas involucradas. La vida tiene esas vueltas de tuerca bastante
caprichosas…