domingo, 29 de diciembre de 2024

Reseña literaria #11: "Cicatrices", de Alicia Chavez

 


Esta vez no sé cómo empezar la reseña, porque hay varios hilos por los cuales tirar. Al principio de todo, cuando me llegó el libro, la imagen de la portada me sugirió la idea de que iba a tratar sobre un parto por cesárea o algo por el estilo. La cesárea deja una cicatriz. Salí de mi error pronto tras leer el prólogo. La novela no va para ese lado. No son marcas producidas por alguna intervención quirúrgica ni por alguna herida accidental, sino que forman parte de un determinado acto de placer entre los amantes de este libro. Ya he comentado antes que el romance no es de los géneros que más me atrae. Sin embargo, la diferencia en esta novela es el uso de la metáfora vampírica. Los personajes no son realmente vampiros, sino que el gusto por la sangre lejos de obedecer a un impulso alimenticio, se relaciona más a un trastorno parafílico, donde hacerse tajos y lamer la sangre se vuelve otra fuente de placer en el acto sexual. Pero no nos adelantemos.

De ahí vienen las cicatrices de Ana Helena Castillo, la protagonista de esta historia, que se muda a otra ciudad junto con su marido Vicente y su hijastra, Sofía. Los cambios producidos por la mudanza no le sientan muy bien a Helena, que no fue consultada en absoluto por su pareja al respecto, pero le toca acostumbrarse. Por lo demás, no se puede quejar: su carrera literaria está en auge, pasa una buena situación económica y tiene un marido que la quiere.

El tema es que, justo en el primer día de clases de Sofía, Helena se topa con una figura de su pasado. Un tortuoso pasado en el que ella atravesó tormenta tras tormenta: el divorcio con su anterior marido, una demanda por plagio, el descontrol de sus adicciones (principalmente el vino), y la relación con Gael, sospechoso de dos asesinatos. Y es a partir de la reaparición de Gael que la estabilidad presente de Helena se va a ir desmoronando, al punto en que ella termina dejando todo en Cantueso para volver a Sarracenia, su antigua ciudad, como una manera de proteger a Vicente y a Sofía.

La trama es un ida y vuelta, una lucha constante dentro de Helena para no perder pie, mientras lentamente va recayendo en las viejas mañas. Sobre todo, vuelve a caer en los brazos de Gael que, aunque casado, con una vida hecha y un trabajo en una farmacia, no ha perdido del todo sus manías. De hecho, las ha perfeccionado, disponiendo de un espacio exclusivo para sus fechorías.

No tengo mucho más para agregar. La novela me gustó, me mantuvo tensa, me llenó de incógnitas, me hizo cuestionar el comportamiento de Helena, me hizo pensar por qué regresaría con alguien que a todas luces no está bien de la cabeza, y que le puede hacer daño tanto a ella como a las personas que la rodean. Por qué, si había logrado construir una vida estable y funcional al lado de Vicente (yo quisiera un Vicente también :3), Helena no puede evitar que se vaya todo a la mierda. Quizá porque, en el fondo, nunca pudo soltar lo que sentía por Gael, más allá de que ese amor implicara actividades que no están del todo bien. Bueno, supongo que después de todo, esa es la esencia de la novela. Si te gustan las historias de amantes con fetiches cuestionables y de gente luchando con su oscuridad interior, entonces es por acá.

Muchas gracias a Alicia Chávez y al equipo de Creativa Servicios por permitirme leer y reseñar esta novela.

Esta es probablemente la última reseña literaria del 2024, ¡pero no se preocupen! Para el 2025 vamos a tener no sólo más reseñas, sino también artículos donde voy a hablar un poco de literatura y cine, de ficción y de todo un poco. Además, también voy a comenzar a publicar mis propios cuentos, que es lo que más me emociona.

Nos leemos la próxima. ¡Hasta luego!

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Un puñado de reflexiones #1: Una navidad sin pobres angelitos

 

Diciembre es, quizás, uno de los meses más esperados y más populares del año en todo el mundo. Especialmente, creo, acá en el Hemisferio Sur: fin de clases (si fuiste buen alumno durante el año y no te llevás ninguna materia a recuperatorio), vacaciones largas (ídem si no tenés que rendir materias, seas de primaria, secundaria o superior), las Fiestas, el comienzo del verano, todo. A eso hay que sumarle las despedidas de año, los cierres, las cenas, el aguinaldo… Sin dudas, es una de las etapas más especiales de nuestro calendario. Y cuando sos chiquito, vivís a full toda esa magia.

Llega diciembre, y en todos lados empieza a proliferar la decoración navideña. Y la figura de un gordo bonachón vestido de rojo va acaparando vidrieras y pantallas. Siempre que arranca el doceavo mes de cada año, se disparan las ofertas, las promociones, la publicidad casi agresivamente decorada. Pan dulce, turrones, budines, garrapiñada, sidras y otros alimentos típicos de esta época invaden las góndolas, siendo publicitados con suficiente anticipación.

Otro indicio bien claro del inicio de esta festividad es que en la televisión (y otros homólogos, como las plataformas de streaming), vuelven a transmitirse algunos de los indiscutibles clásicos navideños: El Grinch (todos conocemos al de Jim Carrey), Mi pobre angelito o El regalo prometido (esa donde Schwarzenegger lo da todo para conseguirle un muñeco de super héroe a su hijo). Además, en los canales de animación tampoco pueden faltar los especiales navideños… que en el 99% de los casos están basados o inspirados en Un cuento de Navidad. Me imagino al pobre Charles Dickens revolviéndose en su tumba cada vez que sacan una nueva versión de su obra (en serio, por favor, ¡piensen en otra cosa para su especial navideño!).

Algo que me llamaba la atención en mi infancia era por qué había nieve y frío y todo eso en los dibujitos, mientras en mi país, en mi ciudad, hacía 30 grados de calor a la sombra. Más de grande entendí que este desfasaje entre lo que veía en mi entorno y lo que veía en la tele se debía principalmente a dos cuestiones: primero, lo más obvio, la diferencia estacional entre Hemisferio Norte y Hemisferio Sur, y lo segundo es la penetración cultural del Norte por sobre el continente americano y el resto del mundo. Y que la mayoría de las producciones audiovisuales proviene de ahí, principalmente de Estados Unidos. Por eso, hoy la Navidad se asocia con ambientes nevados, con Santa Claus/Papá Noel que pasa en su trineo cargado de regalos y tirado por renos, con el arbolito decorado, adornado e iluminado, y con toneladas de comida y bebida, juntadas familiares, paquetes envueltos esmeradamente, y peleas por los terrenos de la abuela.

Claro que no se puede soslayar el profundo sentido religioso de la Navidad, básicamente el hecho que le da origen: el nacimiento de Jesucristo. Para los cristianos, ése es el significado principal de la fecha. Todo lo demás, bueno… acá voy a caer en la denuncia fácil: el capitalismo ha hecho de esta festividad uno de los epítomes del consumismo mundial. Para ejemplo, creo que alcanza con recordar que el creador e impulsor principal en cuanto al marketing del personaje de Santa Claus es la Coca Cola.

Pero acá quiero hablar de la Navidad no desde la rama consumista ni religiosa, sino más desde la rama cultural, más precisamente desde la ficción. ¿Quién no habrá visto alguna vez El Grinch, Mi pobre angelito, El regalo prometido, El Expreso Polar o cualquiera de las adaptaciones de Un cuento de Navidad o cualquiera de las tantas comedias navideñas que suelen salir cada cierto tiempo? La mayor parte de ellas busca transmitir, a su manera, el mismo mensaje: “la Navidad no se trata de regalos o cosas materiales sino de la unión y del amor entre las personas”. Es un mensaje muy bello, ciertamente, pero que a veces, sin querer, termina siendo opacado por la parafernalia consumista navideña. O sea, en otras palabras, la moraleja no termina de ser convincente por la hipocresía implícita dentro de la obra.

Para que se entienda mejor la idea, vamos a analizar un poco El Grinch (en cualquiera de sus versiones). Casi todos conocemos la historia. Los habitantes del pueblo Villa Quién viven los 365 días del año obsesionados con la Navidad en todos sus aspectos. Digamos que prácticamente no celebran otra cosa. La manera en que se toman tan en serio esta festividad podría reflejar cierta crítica al hiper-consumismo actual. Son gente tan centrada en lo más superficial y aparatoso —en otras palabras, lo puramente comercial—, que es lógico que el Grinch pensara que la mejor forma de arruinarles la Navidad era robarles todo. Como si fuera un Santa Claus a la inversa: en vez de traer regalos, se los lleva; incluidos los árboles, las decoraciones, la comida, absolutamente todo. Literalmente desvalija Villa Quien, y sus habitantes no tardan en lamentarse de modo lastimero en cuanto descubren que no queda nada de su “navidad”.

El final lo conocemos todos. No sé si hace falta realizar el aviso de spoilers. Pero a lo que quiero llegar es al clímax, al momento en que se termina de desarrollar el personaje del Grinch. El trineo con los regalos casi, casi que se cae al precipicio… hasta que el Grinch, una vez producida en su interior la transformación espiritual, logra evitar la caída. Entonces el Grinch regresa al pueblo, devuelve los regalos, y todos felices y contentos. Es un final muy bonito, sí, pero medio que te termina empañando el mensaje. No me malinterpreten si digo que hubiera sido más interesante que los regalos sí se terminaran cayendo y que quedaran destruidos. No es de mala leche, pero hubiera sido un buen refuerzo de la moraleja. Además, en la película el Grinch demostró tener una gran habilidad para construir y arreglar cosas: de los restos destruidos de la navidad hubiera podido crear otra. El tema es que, por supuesto, este final alternativo no habría caído muy bien al público. No sería “vendible”. El tema es que, por supuesto, el rescate y la devolución de los regalos son el recurso narrativo para mostrar el cambio en el Grinch. Su “redención” tras la terrible fechoría cometida. A su manera, también funciona como moraleja: cuando robas algo, corresponde que lo devuelvas. Sin embargo, el mensaje principal, el que tiene que ver con que se puede festejar Navidad de manera simple y sin tanto gasto, queda un poco empañado.

De ahí se desprenden dos de los elementos constitutivos de casi cualquier historia navideña: esto de “salvar la Navidad” o lo de “arruinar la Navidad”. Estos elementos, de una u otra manera, giran en torno a lo material: comprar / buscar / recuperar regalos, preparar la fiesta, ayudar a Santa Claus a repartir los regalos, entre otras cosas. A veces, en muy contadas ocasiones, nos podemos encontrar con alguna película, serie o libro que se atreve a salir de los moldes y presenta algo distinto. Por ejemplo, recuerdo un capítulo de Los Simpson en el que se presentaba un segmento ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Mientras Homero se queda en casa con los niños, Marge se encuentra en el campo de batalla. Un año antes, Marge había sido reclutada para el ejército en el mismo día en que iba con Lisa a comprar un árbol de navidad. Ese hecho dejó una profunda marca en Lisa, por lo cual la niña empezó a odiar los árboles navideños. Sobre todo porque, en el presente de la historia, la familia no ha recibido noticias de Marge. Lo interesante de este episodio es la subversión del simbolismo del arbolito: de representar algo positivo, pasa a ser el signo de un momento traumático, o relacionado a la pérdida de un ser querido. Festejar Navidad no es tan sencillo cuando hay una persona que falta en la mesa, independiente del motivo que sea.

Si se trata de contar historias con Navidades que no hayan sido tan bonitas como se las muestra en los medios, hay muchísima tela de donde cortar. Por mencionar un ejemplo: el 30 de diciembre de 2004 se produjo un incendio en un boliche de Capital Federal, en el que murieron casi doscientas personas, especialmente jóvenes. Si bien esta tragedia ocurrió cerca de Año Nuevo, no cuesta imaginar lo que debió haber sido la Navidad del 2005 para las familias de las víctimas. Uno o dos platos menos en la mesa familiar, y ausencias que creo que hasta el día de hoy han de seguir doliendo. O, sin irnos tan lejos: ¿quién se animaría a relatar lo que fueron las fiestas en el 2020, un año terrible, donde miles de personas no pudieron siquiera despedir a sus seres queridos? ¿o en la post-pandemia: 2021, 2022? Sin ir más lejos: en mi casa todavía transitamos el luto, porque en abril de este año falleció mi papá, quien fue para todos una gran persona. Y hasta el día de hoy me pregunto cómo, por qué se tuvo que ir. A pesar de que hayan pasado varios meses, todavía duele su ausencia, todavía cuesta aceptar que no está con nosotros. Pero nos toca seguir adelante, honrando su memoria y manteniendo su recuerdo, siempre unidos como familia.

Tal vez sería una apuesta muy arriesgada producir una película o publicar una novela donde no haya una Navidad colorida, llena de regalos, música y alegría, sino una impregnada de nostalgia, de tristeza, de abandono. Una obra que se atreva a representar otra cara de la realidad, las otras realidades posibles que no son superficiales o acartonadas sino profundamente humanas y que están a nuestro alrededor, aunque no nos paremos a mirarlas. Y aún dentro de ese escenario tan desfavorable, puede aparecer algo del espíritu navideño, una mínima luz de esperanza, algo que reduzca un poco lo deprimente. Sé que no es comercialmente atractivo, pero si alguien se animara a presentar una historia bien contada, de manera que cualquier persona pueda empatizar con los personajes, y libre de la hipocresía super consumista, podría llegar a tener tanto éxito como cualquiera de los clásicos navideños de hoy. Sería cuestión de darle una oportunidad.

Más allá de todo, este artículo no es más que un puñado de reflexiones. Sin ánimo de hacer ninguna clase de juicio de valor, porque no soy más que una simple bacteria en esta gran macrobiota digital. Simplemente, quería escribir y compartir algo para estas fechas, como una piedrita que se lanza al agua y que va produciendo algunos ecos en su rebote hasta hundirse en el fondo.

Sin más que agregar, que el ya consabido “¡Felices Fiestas!”, me despido, dejando por acá abajo una historieta para seguir pensando y manteniendo el debate.

 


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