lunes, 20 de enero de 2025

La bosta como mercancía turística: “El auge de la bosta de vaca”, de Damon Knight

 

Según leí en una publicación de Osvaldo Reyes en Instagram, los habitantes de Corea del Norte tienen tiempo hasta hoy, 20 de enero, para entregar 500 kilos de “abono”, que no es otra cosa que heces, o como le solemos decir “bosta”, “popó”, “caca”, etcétera. Todo este subproducto humano (y también el animal) se utilizará para preparar el fertilizante que será usado en la temporada de siembra. El post explica que, si los campesinos no alcanzan la cuota de heces exigida, recibirán un castigo, y su desesperación -por increíble que parezca- los conduce al mercado negro de excremento o a asaltar a los vecinos para robarles el contenido de las letrinas. Así se termina armando una “guerra del abono”.

Tocaría chequear la veracidad de esta información, pero si recordamos que Corea del Norte se encuentra bajo un estricto régimen militar y socialista, bueno… no suena muy descabellado. Por otro lado, lo que llama particularmente la atención es cómo algo sin valor intrínseco alguno y que normalmente tratamos como desecho, puede volverse un material muy codiciado en determinadas circunstancias. En este caso, la obligación gubernamental de entregar una cantidad específica de heces provoca que los habitantes traten de juntarlas de donde puedan, y que en el proceso hasta se forme un mercado clandestino. A nosotros puede sonarnos a locura o a premisa de un programa de comedia, pero la realidad es que es algo mucho más común de lo que creemos.

Por poner un ejemplo de una experiencia reciente en el mundo: de 2019 para atrás, ¿quién se iba a preocupar tan concienzudamente por conseguir alcohol al 70%? Ya sabemos que durante y después del 2020, el alcohol se convirtió en un producto casi de primera necesidad en el contexto de la pandemia de Covid-19, lo mismo que los barbijos o tapabocas. Recuerdo una noticia que escuché por ese tiempo, de un avivado disfrazado de sacerdote que vendía “alcohol bendecido” a los fieles a algo de 1000 pesos el litro. O, si nos venimos un poco más cerca en el tiempo, recordemos la invasión de mosquitos del año pasado. Las ventas de repelentes se fueron al alza, hubo escasez de repelentes e insecticidas, y hasta proliferaron los repelentes caseros en las redes sociales. Eso por dar dos ejemplos de productos “normales”, porque si nos metemos en Internet podemos encontrar cada cosa a la venta que uno dice “¿en serio a quién se le ocurriría comprar esto?”. Y si no me creen, busquen en Google “agua de calzón”.

Como las leyes de la oferta y la demanda son volátiles de acuerdo a las circunstancias que atraviesa una sociedad hiperconsumista, casi cualquier cosa podría convertirse en un ansiado objeto de consumo. Conforme crezca la demanda, el precio irá subiendo, al punto de que los que no puedan pagar tengan que recurrir a medios poco convencionales o directamente ilegales, como el robo, la estafa, comercios paralelos. Y eso estará en auge por lo menos hasta que vuelvan a cambiar las reglas del juego. Básicamente, cuando por esas cosas de la economía, el producto estrella del momento caiga estrellado.

De eso trata el cuento del que les quiero hablar hoy, que se titula El auge de la bosta de vaca, de Damon Knight. El título ya de por sí es llamativo, y más llamativa es su historia. Aquí los extraterrestres existen, pero no vienen a invadirnos ni nada por el estilo: vienen a la Tierra a hacer turismo o como estudiantes de intercambio. Andan en autos lujosos y manejan dinero contante y sonante, el cual gastan sin mucha preocupación en cualquier baratija que los locales puedan ofrecerles.

Al principio se nos presenta al señor y la señora Crawford, que tienen una cestería al costado de una ruta. Un día aparece una pareja de extraterrestres, los hercus, que lejos de fijarse en las cestas, se terminan interesando por una simple bosta que una vaca dejó distraídamente el día anterior. Ante la insistencia del visitante alienígena, el señor Crawford, ni lerdo ni perezoso, le vende el desecho orgánico en veinticinco centavos de dólar. A partir de ahí arrancaría un nuevo negocio, más lucrativo que los canastos.

El cuento da un salto temporal de dos años, en los cuales podemos suponer que la venta bostera fue creciendo y ampliándose hasta el punto de que ahora hay distintas categorías: con una o dos espirales, “reina”, “emperador”, etc. El capitalismo haciendo de las suyas, básicamente. Los señores Crawford llegaron a tener hasta siete rebaños, y en una revista decía que la lechería era un buen negocio “lateral” (o sea, derivado del principal). Pero ahora hay un problema: las ventas de bosta han bajado drásticamente debido a que los hercus se están volviendo a su planeta. Y lo peor es que no piensan regresar a la Tierra. Esto hace que los vendedores terminen despachando valiosas mercancías a precios irrisorios, con tal de no ganar por lo menos un poco con las últimas existencias.

Sobre el final del cuento, pese al ocaso del mercado de la bosta, otro nuevo estará por surgir. Delbert, un empleado del matrimonio Crawford, termina de comer una manzana y la tira al suelo. Al instante, llegan nuevos turistas alienígenas a la tienda, los serpos. A uno de ellos le llama de inmediato la atención ese centro de manzana que Delbert acaba de arrojar al suelo. Al señor Crawford le brillan los ojos, pero el pibe se aviva muy rápido, y renuncia. Cuando volví a leer el cuento, solté una carcajada en esta parte, porque me dije: “por supuesto que va a renunciar, porque sino lo van a tener asqueado de comer manzanas todo el día”. Pero la avivada de Delbert fue mucho más allá: el chico anunció que se iría a vivir con su tío, quien posee justamente un huerto de manzanas. “Hay que estar cerca de la fuente de abastecimiento”, dijo Delbert. Un genio total.

Divertido y crudamente realista a la vez, creo que el cuento metaforiza muy bien cómo funciona el mercado, especialmente en relación al turismo. Los alienígenas representan, obviamente, a aquellos turistas que tienen la posibilidad de visitar países muy diferentes al suyo. O, bueno, en este caso, un planeta diferente al suyo, donde tal vez no existen las vacas y, por ende, no existe la bosta. Por eso les interesa comprarla, porque es algo que no hay en su lugar de su origen, y les parece un objeto curioso. Esa curiosidad es pronto capitalizada por los lugareños, que ven una mina de oro en sus campos atestados de vacas. Imagínense si eso pasara en Argentina, capaz salvamos nuestra economía… Bueno, ya entramos en el terreno de la utopía.

¿Qué casos conocen que sean parecidos al que se relata en el cuento? Pueden dejarlo en los comentarios.

Esto ha sido todo por hoy. Espero que pasen una buena semana y, si no se han ido de vacaciones todavía, recuerden apoyar los negocios locales (tampoco compren cualquier huevada, tengan un poco de criterio).

¡Nos leemos la próxima!

domingo, 19 de enero de 2025

Reseña literaria #13: "Ni tan cuentos, ni tan cortos", de Sergio Breglia

 

Este libro me lo gané en una de las dinámicas que realizaron en la cuenta de Comunidad Creativa en Instagram, motivo por el cual les traigo la reseña de hoy.


Aquí encontraremos una compilación de relatos escritos con sencillez que expresan profundamente la mirada del autor sobre el mundo y sus reflexiones acerca de los aspectos que rodean a la cotidianeidad humana. De hecho, la reflexión inunda la narrativa, la crítica social irrumpe en los diálogos de los personajes, y esto se puede llegar a sentir un poquito invasivo al momento de la lectura. Es como una mezcla de literatura y manifiesto, lo cual no es necesariamente malo, sino que me parece una forma de propiciar la participación crítica del lector. Creo que acá se condensan muchas tomas claras de partido, que van más allá de la política partidaria y tratan de mantener vigentes muchas discusiones sociales todavía no resueltas.

Hay una variedad de historias que ponen el foco en los personajes, sus vivencias y sus cuestionamientos al entorno que las rodea. Jóvenes que añoran su pasado desde un presente muy lejano; personas que se encuentran en situaciones laborales difíciles o inciertas con resoluciones positivas en algunos casos y pendientes en otros; gente que después de pescar en la costa empieza a participar en actividades dedicadas a los barrios carenciados; parejas que atraviesan encuentros y desencuentros o separaciones; personas que tratan de buscarle la vuelta a una experiencia que las excede.

Para mí, los cuentos más creativos por el elemento fantástico que presentan son “Aroma a césped recién cortado” y “Descenso por el lado derecho”.

En varios momentos de la lectura me encontré con escenas nostálgicas, melancólicas, como esas anécdotas que cuentan quienes tienen cierta trayectoria en la vida y conocen el mundo desde antes del Internet. También se notan los mensajes que quiere transmitir el libro, ya sea a través de los diálogos, del discurso directo o del uso de determinados signos (por ejemplo, atribuciones positivas a la izquierda y atribuciones negativas a la derecha). No quiero caer en juicios de valor tipo bueno/malo con base en posturas políticas, prefiero dejar eso al margen y concentrarme más en la experiencia estética, que sí fue buena.

Para ir cerrando, quiero agradecer al equipo de Creativa Servicios que con su comunidad en redes lo dan todo por la difusión de autores y autoras independientes.

miércoles, 8 de enero de 2025

Reseña literaria #12: "A mitad de camino", de Ara Nasilov


Para alguien del palo de la narrativa, leer poesía de tanto en tanto puede ser un acto refrescante, una toma de contacto con otra forma de lenguaje escrito, sostenido en el ritmo, en la musicalidad, en el juego con las palabras y sus sentidos.

En “A mitad de camino”, Ara, la poetisa (hoy nadie parece acordarse de que existe la palabra “poetisa”, pero bueno), nos expone a través de sus poemas la riqueza de su mundo interior y exterior. Vivencias, sentimientos, experiencias, emociones son transmitidos con fuerza y vigor, y muchas veces los versos van dedicadas a representar los paisajes que la rodean o a homenajear a su familia y amigos, además de honrar su fe y a Dios.

El libro está organizado en tres partes bajo un criterio cronológico, y condensa seis años de escritura de la autora. Sirve como una mirada retrospectiva sobre su vida, sobre lo que ha llegado hasta ese momento, y como una mirada anhelante sobre el futuro, con las bases del presente.

El libro me gustó mucho, tiene muchos poemas que me dejaron pensando incluso sobre aspectos de mi vida. También hay otros muy creativos, que juegan con la disposición del espacio o que de las letras del título hacen la inicial de cada verso. O como “Tiroteo”, donde abundan palabras con “tr”, que al momento de leerlo emulan el sonido de disparos.

Muchas gracias al equipo de Creativa Servicios y a Ara Nasilov por permitirme leer y reseñar este libro.

Esto ha sido todo por hoy. Nos leemos pronto. ¡Saludos!

 

 


viernes, 3 de enero de 2025

Venganza o Justicia por mano propia: dos casos de análisis en la ficción

 



 

AVISO: Este texto contiene spoilers de la película El secreto de sus ojos. Si no la han visto aún y tienen la intención de verla, recomiendo leerlo después.

 

 

Aunque puedan parecer sinónimos, la venganza y la justicia por mano propia no son necesariamente lo mismo, pese a ser motivadas por iguales causas. La venganza implica básicamente tomar revancha como respuesta a una ofensa, tratando de satisfacer nuestra rabia o rencor por esa ofensa. Mientras que la justicia por mano propia es cuando una persona se arroga la autoridad de castigar un delito, pasando totalmente por alto las vías legales. Ambas pueden ser comprensibles dentro del contexto en el que ocurren, pero no por eso se las puede considerar válidas o justas. Pueden compartir, como rasgos comunes, la violencia, la desmesura y la impulsión por sentimientos negativos (ira, odio, rencor, etc.). Pero a su vez, las diferencian los objetivos, las acciones y los resultados a los que llegan. De todas maneras, ninguna es recomendable realmente como forma de lidiar con los problemas en sociedad.

Sin embargo, hoy no pretendo llevar a cabo un debate moral, ético o filosófico acerca de este tema, sino abordarlo desde el plano de la ficción, mostrando cómo se representan la venganza o la justicia por mano propia a través de dos personajes distintos. En el primer caso, tenemos al moreno del cuento “El fin”, de Jorge Luis Borges, y en el segundo caso, tenemos a Morales, de la película El secreto de sus ojos, del director Juan José Campanella.

 

La venganza es uno de los tópicos más atrayentes de una obra, sea novela, película, serie u obra de teatro. Como espectadores podemos llegar a sentir interés o cierta compasión por la persona agraviada que busca un resarcimiento por el daño que otros le han hecho, sin importar si los medios de los que se vale para llevarlo a cabo son moral o legalmente correctos. ¿Quién no ha sido alguna vez molestado, humillado, perjudicado en su vida? ¿Quién no ha sentido alguna vez esas ansias de tomar revancha por lo que le hicieron, imaginando muchas formas de retribuirle al otro ese daño? Hay rencores que pueden perdurar por años, envenenando nuestro interior, y que quedan sin resolver. Por eso, quizá, nos da cierta satisfacción ver cómo consiguen su venganza el o la protagonista de un cuento, novela, película, serie, etc. Es natural que nos pongamos de su lado porque conocemos su pasado, su tragedia, lo que lo llevó a actuar así. El problema es qué viene después de cumplida la venganza. Qué nos queda, más allá del simple sentimiento de satisfacción. Cómo culmina ese proceso interno, y cómo afecta a la persona y su entorno.

        Antes de empezar con el cuento de Borges, hay que ponernos un poco en contexto, ya que este cuento está inspirado en el Martín Fierro, de José Hernández, presentándose como una especie de continuación/epílogo de la obra.

En el Canto VII de la primera parte, el gaucho va a una fiesta, se encuentra con amigos, se pasa de copas y se le da por querer pelear. Empieza burlándose de una morena, y después la sigue con el compañero de la misma, para después terminar peleando con el moreno, a quien acaba matando. No había razón alguna para provocar esta pelea. Ni el gaucho ni el moreno se conocían previamente, tampoco se habían cruzado antes. Pero los efectos de alcohol son así: en el calor del momento, uno no se detiene a pensar en sus actos ni menos que menos en las consecuencias de los mismos.

Ahora, mucho después, en el Canto XXX de la segunda parte, mientras están todos en ronda del fogón cantando sus miserias, aparece un joven muchacho de piel morena que enseguida se trenzará en duelo con Martín Fierro. Esta vez ya no se tratará de un duelo a muerte con cuchillos, sino que la contienda se definirá con guitarras, en un intenso contrapunto donde cada contrincante medirá el conocimiento y la habilidad del otro. En este momento, Fierro, más envejecido y sabio, tiene un espíritu mucho menos belicoso que en la parte anterior, y ya no está como para andar peleándose con cualquiera. Tiene el facón bien guardado, y prefiere defenderse con algo menos letal, que es la música. Nuevamente, sale victorioso. Y es luego de admitir su derrota, que este segundo moreno confiesa su verdadera intención:


Y suplico a cuantos me oigan

que me permitan decir

que al decidirme a venir

no sólo jue por cantar

sino porque tengo a más

otro deber que cumplir.

 

Ya saben que de mi madre

fueron diez los que nacieron;

mas ya no existe el primero

y más querido de todos:

murió, por injustos modos,

a manos de un pendenciero.

 

Los nueve hermanos restantes

como guerfanos quedamos.

Dende entonces lo lloramos

sin consuelo, creanmeló,

y al hombre que lo mató,

nunca jamás lo encontramos.

 

Y queden en paz los guesos

de aquel hermano querido.

A moverlos no he venido;

mas si el caso se presienta,

espero en Dios que esta cuenta

se arregle como es debido.

 

Resulta que el moreno del Canto VII de La Ida, era el hermano mayor de este otro, que no busca si no otra cosa que justicia por la muerte injusta del primero.  Lamentablemente, el hermano menor ni siquiera pudo ganarle una payada al asesino. Uno podría creer que, de haber desenvainado los facones, tampoco habría tenido oportunidad contra Martín Fierro. Aunque Hernández nos cuenta un poco la motivación del hermano del moreno, hablando desde su perspectiva de los hechos, no profundiza mucho en la dimensión de su tragedia. No es muy difícil imaginar lo que sentiría cualquier persona al perder un hermano de esa manera. Y que encima la ley nunca recaiga sobre el culpable (algo demasiado frecuente en este mundo). Sin dudas, a algunos lectores les resultará una decepción que no haya un “repechaje” adecuado para el hermano del moreno.

      De hecho, es posible que haya ocurrido esto en Borges. Tan aficionado como era al culto al coraje, probablemente no le convenció el final de La vuelta del Martín Fierro. De ahí habrá salido su cuento “El fin”, donde el hermano del moreno y Martín Fierro se vuelven a encontrar en una pulpería. Y esta vez, nada de contrapunto con guitarras. El Fierro ducho con el facón y presto para el combate nunca desapareció del todo… solo que antes no era el momento. De hecho, Borges le da una justificación plausible: Martín Fierro no quería dar un mal ejemplo a sus hijos.

 

—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.

El otro replicó sin apuro:

—Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos. Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.

 

Finalmente, la mano de Borges le brinda al moreno agraviado la victoria que la pluma de Hernández le negó. Pero tampoco esta victoria es muy gratuita:

 

Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.

 

El hermano del moreno, entonces, obtiene por fin su venganza. Al menos a través de las palabras de otro escritor (que a pesar de haberse criado en el siglo XX, se siente más un escritor del siglo XIX), recupera un poco de dignidad. Sigue sin tener nombre, pero al menos se le da una identidad más definida. Por otro lado, pese a su victoria apócrifa, ahora pasó a quedar marcado, a llevar sobre sí el mismo estigma que su adversario. Y uno podría preguntarse: ¿valió la pena todo esto? ¿Vale la pena dejar de lado aquello que la vida nos puede ofrecer por perseguir una venganza, por más que esté relacionada a un vínculo familiar? Este muchacho podría haber elegido otra cosa, podría haber decidido seguir adelante, intentar conseguir pareja, formar una familia. La muerte de Fierro no resuelve nada en realidad. No le devolverá la vida a su hermano mayor. Tampoco le dará paz, pues ahora él será perseguido por la ley. No tiene ya otro objetivo o meta que conduzca su vida hacia algo más productivo, algo que de verdad le dé sentido y propósito a su existencia.

Este es, quizá, el principal problema de la venganza. Sobre todo, si es impulsada por la pérdida de un ser querido. Matar al asesino de un hermano, de un padre, una madre o un cónyuge solo nos pondría a nosotros a la misma altura que el criminal: nos volveríamos también nosotros unos asesinos, por mucho que nos consideremos o nos consideren “justicieros”. Mal que mal, matamos a una persona. Sigue siendo un crimen, aunque el otro también haya sido un criminal. Y lo justo es que vayamos presos por ello… Por ganar una satisfacción, terminamos perdiendo un montón de otras cosas por el camino.

Ya lo dijo el buen Don Ramón: “La venganza no es buena, mata el alma y la envenena”. La venganza es un desquite, una revancha, el símbolo por excelencia del “ojo por ojo, diente por diente”, que nace de lo más profundo del ser de una persona, motivado por el dolor y el sufrimiento causados por un agravio. Es un impulso casi natural, cuyo objetivo es, de alguna manera, resarcir todo ese dolor y ese sufrimiento. Tiene mucho que ver con la persona, con su personalidad, su temperamento, y especialmente en cómo procesa los sentimientos durante y después de la tragedia.

 

Ahora toca continuar con el caso de la justicia por mano propia, y quiero hacerlo metiéndome de lleno en una de las películas más exitosas del cine argentino: El secreto de sus ojos.


Estrenada en el año 2009, fue dirigida por el reconocido director Juan José Campanella, quien escribió el guion junto con Eduardo Sacheri, autor de la novela en la que se basa la película: La pregunta de sus ojos. En 2010, El secreto de sus ojos ganó el premio Óscar en la categoría de Mejor película extranjera, un reconocimiento al cine argentino que no se daba desde 1985, con La historia oficial. También recibió muchos otros premios, pero no quisiera detenerme mucho en estos detalles. Si llegaste hasta acá, es probable que ya hayas visto la película. Y si no, por favor, mirala cuando puedas. Como ya avisé al principio del artículo, a partir de ahora va a haber muchos spoilers, es decir, voy a hablar más que nada del final. Si no te gusta que te cuenten el final de una historia, dejá la lectura acá. Si te da lo mismo, pues adelante.

El centro del análisis es Ricardo Morales, interpretado por el actor Pablo Rago. Para mí, este no sólo es un personaje muy bien construido, sino uno de los mejores del cine argentino. Es un hombre trabajador y honesto, un buen tipo… cuya vida de repente es golpeada por el asesinato de su esposa, Liliana. El dolor no lo paraliza del todo, ya que hace lo que puede para ayudar al esclarecimiento del caso, pero a largo plazo sí le va a afectar. No es un tipo violento, pues su primer impulso no es querer ir y matar a trompadas al criminal. De hecho, manifiesta no estar de acuerdo con la pena de muerte: “Le darían una inyección y se quedaría lo más pancho…”; ni con la venganza: “El tipo antes de caer al suelo ya está libre de todo y yo me como cincuenta años en prisión. No, que viva muchos años. Así se va a dar cuenta de que todos esos años van a estar llenos de nada".


Esta es una de las escenas clave de la película. Te muestra la integridad del personaje. El tipo no le desea la muerte ni la miseria al asesino de su esposa. Él confía en la ley y la justicia, ya sea la humana o la del karma. Implícitamente afirma que todos los males se pagan en vida, porque la muerte no resuelve nada, ya que liberaría al sujeto de pagar sus culpas como es debido. Dicho de otra manera, la venganza entendida como “ir y matar al asesino” es inútil. Morales es un personaje conmovedor y trágico, porque vemos cómo su pérdida lo deja estancado, detenido en el tiempo, incapaz de poder soltar su dolor y seguir adelante. Incluso cuando Isidoro Gómez por fin es atrapado y encarcelado, cuando parece que todo terminó… de repente vuelve a estar en libertad, favorecido por una decisión política del momento.

No cuesta mucho imaginarse cómo se sentiría Morales al enterarse de la liberación del tipo que mató a su mujer (y que encima aparece en televisión como guardaespaldas de la vicepresidenta). Alguien que supuestamente debería cumplir cadena perpetua… sale de prisión al poco tiempo. ¿A dónde queda, entonces, la confianza en el sistema de justicia? ¿Qué queda de todo eso, más que decepción, enojo, desilusión? Sería comprensible que el pobre hombre estuviera furioso, teniendo en cuenta lo mucho que amaba a Liliana y cómo lo afectó su pérdida. A veces las pasiones más grandes pueden llevarnos a cometer los actos más increíbles sin una pizca de temor o remordimiento.

Sin embargo, veinticinco años después, cuando Espósito lo busca, Morales parece seguir siendo el mismo. Se cambió de domicilio, y en vez de residir en la ciudad, tiene una casa de campo donde vive lo más tranquilo. Más allá de acusar los cambios típicos de la vejez, no ha cambiado nada. Al hablar de vuelta sobre el caso, le confiesa a Espósito que secuestró a Gómez una noche, lo metió en el baúl de su auto y a un costado de las vías, mientras pasaba el tren, lo mató disparándole cuatro veces. Pero esta es una historia que le cuenta más para dejar conforme a Espósito que otra cosa. Y cuando este insiste sobre cómo pudo hacer para vivir todos estos años sin su mujer, Morales simplemente responde: “Pasaron veinticinco años, Espósito. Olvídese”. Tema cerrado, asunto concluido.

Pero Benjamín no se olvida, no ha olvidado nada. Por eso, a poco de haberse marchado, se queda pensando. Y recuerda ese diálogo que tuvieron años atrás. Ya no le parece creíble esa confesión del viudo. Ahí se da cuenta de que algo no encaja, de que hay algo que el otro le está ocultando. Convencido y motivado por un indicio que notó al principio, cuando llegó a la casa, Espósito pega la vuelta para descubrir la pieza que falta.

Para el final, sobran las palabras. Siento que nada de lo que yo pueda escribir alcanzaría para describir lo que me produce esa escena de la película. Esa frase de Morales, que para mí sirve de perfecto epílogo para el caso: Usted dijo perpetua. El ruego de Gómez: “pídale que aunque sea me hable”. Ahí nos damos cuenta de cuán férrea fue la voluntad de Morales al momento de castigar al asesino de su esposa: ni plomo ni tortura, sino una celda silenciosa. Y ni una sola palabra. Nada. Es la nada que anticipan sus palabras veinticinco años atrás: una vida vacía, una vida incompleta, una vida llena de nada. Y prisión perpetua, como lo dictan la ley y la justicia… aunque en la práctica nunca se cumplan.

Es sin dudas loable la determinación de Morales al hacerse cargo de lo que le corresponde al Estado. Por eso, lo considero el ejemplo más claro de justicia por mano propia, que es cuando un ciudadano inflige un castigo a otro que ha cometido un delito, y es llevado a cabo generalmente a través de medios ilegales o ilícitos. Ciertamente, el secuestro y la privación ilegítima de la libertad son ilegales, pero quién puede juzgar a Morales en este caso, si el sistema de justicia le falló, y liberó a un condenado que se supone que no debería salir nunca de prisión. Obviamente, la mayoría nos pondríamos de su lado, comprenderíamos su razonamiento: si Gómez ha sido sentenciado a cadena perpetua, tiene que cumplir cadena perpetua y punto. Da lo mismo si es en una cárcel estatal o en una celda privada.

El tema es que, al igual que la venganza, la justicia por mano propia también tiene su precio. No sólo por las consecuencias legales y penales que podrían tener lugar fuera descubierto. Al convertirse en el carcelero de Gómez, lamentablemente Morales ha tenido que resignar un montón de aspectos de su vida. No volvió a casarse y no tuvo hijos. Se quedó estancado, detenido en el tiempo, solo con su pena. Sin otras personas a su alrededor que pudieran motivarlo a soltar el pasado y pensar en el futuro, es lógico pensar que el anhelo de justicia se haya vuelto una obsesión para él. Y que no le terminara importando nada más que garantizar la condena del tipo que le arrebató la vida a Liliana, porque en cierta forma también lo mató a él. Y por eso, en cierta forma, la prisión de Gómez lo aprisiona. No me parece casual, de hecho, esa toma donde muestran a Morales como si estuviera detrás de los barrotes, como si fuera un prisionero, que es cuando afirma: “Usted dijo perpetua”. Pasa que, básicamente, es prisionero de su causa. Es lo mismo que cuando juramos guardar un secreto y, atados a nuestro juramento, nos vemos obligados a mentir para proteger esa verdad que no puede ser revelada. Por eso Morales le miente a Espósito, porque prefiere que Espósito crea muerto a Gómez y que así no siga indagando. Y por un momento logra convencerlo… pero no contaba con la astuta memoria del Benjamín.



Acá no quisiera caer en juicios de valor ni debates sobre si es moralmente correcto o no ejercer la justicia por mano propia o buscar venganza, porque cada persona puede tener una opinión distinta formada al respecto. Yo me limito a comentar cómo, desde el plano de la ficción en general, cualquiera de las dos funciona para mostrar los matices de la naturaleza humana ante una pérdida, una injusticia, un crimen no resuelto. El moreno y Morales tienen en común la pérdida: uno perdió a su hermano, el otro a su esposa. Los dos son víctimas de la injusticia: Fierro nunca fue preso por el homicidio del hermano mayor del moreno, mientras que Gómez, si bien cayó preso, fue condenado y encarcelado, no cumplió su condena por un fallo del sistema. El crimen del hermano del moreno nunca se resolvió (institucionalmente hablando), y el otro crimen… bueno, sí se llegó a resolver, por lo menos, pero quedó en nada. Ahora, lo que diferencia a los dos protagonistas de este artículo es el accionar que tomaron en sus respectivas historias: el moreno simplemente quería venganza, cobrándose la muerte de su hermano con la muerte del gaucho que lo mató, pero Morales fue más allá, él procuró que la justicia recayera como correspondía sobre el asesino, sin necesidad en absoluto de mancharse las manos.

De un lado o del otro, tanto el moreno innominado como el viudo representan dos conceptos distintos de lo que es un “justiciero”. No obstante, sus destinos están ineludiblemente unidos a los de los “ajusticiados”. Son alcanzados por las consecuencias de sus actos, ya sea de manera directa o indirecta.

 

Sin más que agregar, me voy despidiendo. Muchísimas gracias por leer este artículo, y me gustaría poder leer sus comentarios con lo que opinan al respecto. Yo no soy más que una simple bacteria en esta enorme macrobiota digital que es Internet, y para nada considero tener la verdad absoluta, por eso me parece importante la interacción con los lectores.

Les dejo un gran saludo, y nos leemos pronto.

 

 

 

 

 

 

domingo, 29 de diciembre de 2024

Reseña literaria #11: "Cicatrices", de Alicia Chavez

 


Esta vez no sé cómo empezar la reseña, porque hay varios hilos por los cuales tirar. Al principio de todo, cuando me llegó el libro, la imagen de la portada me sugirió la idea de que iba a tratar sobre un parto por cesárea o algo por el estilo. La cesárea deja una cicatriz. Salí de mi error pronto tras leer el prólogo. La novela no va para ese lado. No son marcas producidas por alguna intervención quirúrgica ni por alguna herida accidental, sino que forman parte de un determinado acto de placer entre los amantes de este libro. Ya he comentado antes que el romance no es de los géneros que más me atrae. Sin embargo, la diferencia en esta novela es el uso de la metáfora vampírica. Los personajes no son realmente vampiros, sino que el gusto por la sangre lejos de obedecer a un impulso alimenticio, se relaciona más a un trastorno parafílico, donde hacerse tajos y lamer la sangre se vuelve otra fuente de placer en el acto sexual. Pero no nos adelantemos.

De ahí vienen las cicatrices de Ana Helena Castillo, la protagonista de esta historia, que se muda a otra ciudad junto con su marido Vicente y su hijastra, Sofía. Los cambios producidos por la mudanza no le sientan muy bien a Helena, que no fue consultada en absoluto por su pareja al respecto, pero le toca acostumbrarse. Por lo demás, no se puede quejar: su carrera literaria está en auge, pasa una buena situación económica y tiene un marido que la quiere.

El tema es que, justo en el primer día de clases de Sofía, Helena se topa con una figura de su pasado. Un tortuoso pasado en el que ella atravesó tormenta tras tormenta: el divorcio con su anterior marido, una demanda por plagio, el descontrol de sus adicciones (principalmente el vino), y la relación con Gael, sospechoso de dos asesinatos. Y es a partir de la reaparición de Gael que la estabilidad presente de Helena se va a ir desmoronando, al punto en que ella termina dejando todo en Cantueso para volver a Sarracenia, su antigua ciudad, como una manera de proteger a Vicente y a Sofía.

La trama es un ida y vuelta, una lucha constante dentro de Helena para no perder pie, mientras lentamente va recayendo en las viejas mañas. Sobre todo, vuelve a caer en los brazos de Gael que, aunque casado, con una vida hecha y un trabajo en una farmacia, no ha perdido del todo sus manías. De hecho, las ha perfeccionado, disponiendo de un espacio exclusivo para sus fechorías.

No tengo mucho más para agregar. La novela me gustó, me mantuvo tensa, me llenó de incógnitas, me hizo cuestionar el comportamiento de Helena, me hizo pensar por qué regresaría con alguien que a todas luces no está bien de la cabeza, y que le puede hacer daño tanto a ella como a las personas que la rodean. Por qué, si había logrado construir una vida estable y funcional al lado de Vicente (yo quisiera un Vicente también :3), Helena no puede evitar que se vaya todo a la mierda. Quizá porque, en el fondo, nunca pudo soltar lo que sentía por Gael, más allá de que ese amor implicara actividades que no están del todo bien. Bueno, supongo que después de todo, esa es la esencia de la novela. Si te gustan las historias de amantes con fetiches cuestionables y de gente luchando con su oscuridad interior, entonces es por acá.

Muchas gracias a Alicia Chávez y al equipo de Creativa Servicios por permitirme leer y reseñar esta novela.

Esta es probablemente la última reseña literaria del 2024, ¡pero no se preocupen! Para el 2025 vamos a tener no sólo más reseñas, sino también artículos donde voy a hablar un poco de literatura y cine, de ficción y de todo un poco. Además, también voy a comenzar a publicar mis propios cuentos, que es lo que más me emociona.

Nos leemos la próxima. ¡Hasta luego!

miércoles, 25 de diciembre de 2024

Un puñado de reflexiones #1: Una navidad sin pobres angelitos

 

Diciembre es, quizás, uno de los meses más esperados y más populares del año en todo el mundo. Especialmente, creo, acá en el Hemisferio Sur: fin de clases (si fuiste buen alumno durante el año y no te llevás ninguna materia a recuperatorio), vacaciones largas (ídem si no tenés que rendir materias, seas de primaria, secundaria o superior), las Fiestas, el comienzo del verano, todo. A eso hay que sumarle las despedidas de año, los cierres, las cenas, el aguinaldo… Sin dudas, es una de las etapas más especiales de nuestro calendario. Y cuando sos chiquito, vivís a full toda esa magia.

Llega diciembre, y en todos lados empieza a proliferar la decoración navideña. Y la figura de un gordo bonachón vestido de rojo va acaparando vidrieras y pantallas. Siempre que arranca el doceavo mes de cada año, se disparan las ofertas, las promociones, la publicidad casi agresivamente decorada. Pan dulce, turrones, budines, garrapiñada, sidras y otros alimentos típicos de esta época invaden las góndolas, siendo publicitados con suficiente anticipación.

Otro indicio bien claro del inicio de esta festividad es que en la televisión (y otros homólogos, como las plataformas de streaming), vuelven a transmitirse algunos de los indiscutibles clásicos navideños: El Grinch (todos conocemos al de Jim Carrey), Mi pobre angelito o El regalo prometido (esa donde Schwarzenegger lo da todo para conseguirle un muñeco de super héroe a su hijo). Además, en los canales de animación tampoco pueden faltar los especiales navideños… que en el 99% de los casos están basados o inspirados en Un cuento de Navidad. Me imagino al pobre Charles Dickens revolviéndose en su tumba cada vez que sacan una nueva versión de su obra (en serio, por favor, ¡piensen en otra cosa para su especial navideño!).

Algo que me llamaba la atención en mi infancia era por qué había nieve y frío y todo eso en los dibujitos, mientras en mi país, en mi ciudad, hacía 30 grados de calor a la sombra. Más de grande entendí que este desfasaje entre lo que veía en mi entorno y lo que veía en la tele se debía principalmente a dos cuestiones: primero, lo más obvio, la diferencia estacional entre Hemisferio Norte y Hemisferio Sur, y lo segundo es la penetración cultural del Norte por sobre el continente americano y el resto del mundo. Y que la mayoría de las producciones audiovisuales proviene de ahí, principalmente de Estados Unidos. Por eso, hoy la Navidad se asocia con ambientes nevados, con Santa Claus/Papá Noel que pasa en su trineo cargado de regalos y tirado por renos, con el arbolito decorado, adornado e iluminado, y con toneladas de comida y bebida, juntadas familiares, paquetes envueltos esmeradamente, y peleas por los terrenos de la abuela.

Claro que no se puede soslayar el profundo sentido religioso de la Navidad, básicamente el hecho que le da origen: el nacimiento de Jesucristo. Para los cristianos, ése es el significado principal de la fecha. Todo lo demás, bueno… acá voy a caer en la denuncia fácil: el capitalismo ha hecho de esta festividad uno de los epítomes del consumismo mundial. Para ejemplo, creo que alcanza con recordar que el creador e impulsor principal en cuanto al marketing del personaje de Santa Claus es la Coca Cola.

Pero acá quiero hablar de la Navidad no desde la rama consumista ni religiosa, sino más desde la rama cultural, más precisamente desde la ficción. ¿Quién no habrá visto alguna vez El Grinch, Mi pobre angelito, El regalo prometido, El Expreso Polar o cualquiera de las adaptaciones de Un cuento de Navidad o cualquiera de las tantas comedias navideñas que suelen salir cada cierto tiempo? La mayor parte de ellas busca transmitir, a su manera, el mismo mensaje: “la Navidad no se trata de regalos o cosas materiales sino de la unión y del amor entre las personas”. Es un mensaje muy bello, ciertamente, pero que a veces, sin querer, termina siendo opacado por la parafernalia consumista navideña. O sea, en otras palabras, la moraleja no termina de ser convincente por la hipocresía implícita dentro de la obra.

Para que se entienda mejor la idea, vamos a analizar un poco El Grinch (en cualquiera de sus versiones). Casi todos conocemos la historia. Los habitantes del pueblo Villa Quién viven los 365 días del año obsesionados con la Navidad en todos sus aspectos. Digamos que prácticamente no celebran otra cosa. La manera en que se toman tan en serio esta festividad podría reflejar cierta crítica al hiper-consumismo actual. Son gente tan centrada en lo más superficial y aparatoso —en otras palabras, lo puramente comercial—, que es lógico que el Grinch pensara que la mejor forma de arruinarles la Navidad era robarles todo. Como si fuera un Santa Claus a la inversa: en vez de traer regalos, se los lleva; incluidos los árboles, las decoraciones, la comida, absolutamente todo. Literalmente desvalija Villa Quien, y sus habitantes no tardan en lamentarse de modo lastimero en cuanto descubren que no queda nada de su “navidad”.

El final lo conocemos todos. No sé si hace falta realizar el aviso de spoilers. Pero a lo que quiero llegar es al clímax, al momento en que se termina de desarrollar el personaje del Grinch. El trineo con los regalos casi, casi que se cae al precipicio… hasta que el Grinch, una vez producida en su interior la transformación espiritual, logra evitar la caída. Entonces el Grinch regresa al pueblo, devuelve los regalos, y todos felices y contentos. Es un final muy bonito, sí, pero medio que te termina empañando el mensaje. No me malinterpreten si digo que hubiera sido más interesante que los regalos sí se terminaran cayendo y que quedaran destruidos. No es de mala leche, pero hubiera sido un buen refuerzo de la moraleja. Además, en la película el Grinch demostró tener una gran habilidad para construir y arreglar cosas: de los restos destruidos de la navidad hubiera podido crear otra. El tema es que, por supuesto, este final alternativo no habría caído muy bien al público. No sería “vendible”. El tema es que, por supuesto, el rescate y la devolución de los regalos son el recurso narrativo para mostrar el cambio en el Grinch. Su “redención” tras la terrible fechoría cometida. A su manera, también funciona como moraleja: cuando robas algo, corresponde que lo devuelvas. Sin embargo, el mensaje principal, el que tiene que ver con que se puede festejar Navidad de manera simple y sin tanto gasto, queda un poco empañado.

De ahí se desprenden dos de los elementos constitutivos de casi cualquier historia navideña: esto de “salvar la Navidad” o lo de “arruinar la Navidad”. Estos elementos, de una u otra manera, giran en torno a lo material: comprar / buscar / recuperar regalos, preparar la fiesta, ayudar a Santa Claus a repartir los regalos, entre otras cosas. A veces, en muy contadas ocasiones, nos podemos encontrar con alguna película, serie o libro que se atreve a salir de los moldes y presenta algo distinto. Por ejemplo, recuerdo un capítulo de Los Simpson en el que se presentaba un segmento ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Mientras Homero se queda en casa con los niños, Marge se encuentra en el campo de batalla. Un año antes, Marge había sido reclutada para el ejército en el mismo día en que iba con Lisa a comprar un árbol de navidad. Ese hecho dejó una profunda marca en Lisa, por lo cual la niña empezó a odiar los árboles navideños. Sobre todo porque, en el presente de la historia, la familia no ha recibido noticias de Marge. Lo interesante de este episodio es la subversión del simbolismo del arbolito: de representar algo positivo, pasa a ser el signo de un momento traumático, o relacionado a la pérdida de un ser querido. Festejar Navidad no es tan sencillo cuando hay una persona que falta en la mesa, independiente del motivo que sea.

Si se trata de contar historias con Navidades que no hayan sido tan bonitas como se las muestra en los medios, hay muchísima tela de donde cortar. Por mencionar un ejemplo: el 30 de diciembre de 2004 se produjo un incendio en un boliche de Capital Federal, en el que murieron casi doscientas personas, especialmente jóvenes. Si bien esta tragedia ocurrió cerca de Año Nuevo, no cuesta imaginar lo que debió haber sido la Navidad del 2005 para las familias de las víctimas. Uno o dos platos menos en la mesa familiar, y ausencias que creo que hasta el día de hoy han de seguir doliendo. O, sin irnos tan lejos: ¿quién se animaría a relatar lo que fueron las fiestas en el 2020, un año terrible, donde miles de personas no pudieron siquiera despedir a sus seres queridos? ¿o en la post-pandemia: 2021, 2022? Sin ir más lejos: en mi casa todavía transitamos el luto, porque en abril de este año falleció mi papá, quien fue para todos una gran persona. Y hasta el día de hoy me pregunto cómo, por qué se tuvo que ir. A pesar de que hayan pasado varios meses, todavía duele su ausencia, todavía cuesta aceptar que no está con nosotros. Pero nos toca seguir adelante, honrando su memoria y manteniendo su recuerdo, siempre unidos como familia.

Tal vez sería una apuesta muy arriesgada producir una película o publicar una novela donde no haya una Navidad colorida, llena de regalos, música y alegría, sino una impregnada de nostalgia, de tristeza, de abandono. Una obra que se atreva a representar otra cara de la realidad, las otras realidades posibles que no son superficiales o acartonadas sino profundamente humanas y que están a nuestro alrededor, aunque no nos paremos a mirarlas. Y aún dentro de ese escenario tan desfavorable, puede aparecer algo del espíritu navideño, una mínima luz de esperanza, algo que reduzca un poco lo deprimente. Sé que no es comercialmente atractivo, pero si alguien se animara a presentar una historia bien contada, de manera que cualquier persona pueda empatizar con los personajes, y libre de la hipocresía super consumista, podría llegar a tener tanto éxito como cualquiera de los clásicos navideños de hoy. Sería cuestión de darle una oportunidad.

Más allá de todo, este artículo no es más que un puñado de reflexiones. Sin ánimo de hacer ninguna clase de juicio de valor, porque no soy más que una simple bacteria en esta gran macrobiota digital. Simplemente, quería escribir y compartir algo para estas fechas, como una piedrita que se lanza al agua y que va produciendo algunos ecos en su rebote hasta hundirse en el fondo.

Sin más que agregar, que el ya consabido “¡Felices Fiestas!”, me despido, dejando por acá abajo una historieta para seguir pensando y manteniendo el debate.

 


lunes, 25 de noviembre de 2024

Reseña literaria #10: "Los sollozos del camposanto", de Facundo Pistola


 ¡Bienvenidos y bienvenidas a la décima reseña literaria! A este punto calculo que vamos a llegar a las cincuenta dentro de poco.

Este es uno de los libros que más disfruté de leer en mis colaboraciones con Creativa Servicios. A simple vista, la portada te produce la idea de que es un libro de tintes oscuros, o por lo menos lúgubres. Sin embargo, ni bien nos embarcamos en la lectura, el Prólogo nos saca de toda duda: se trata de un libro de cuentos. Y uno bastante entretenido, que en más de una ocasión me sacó una sonrisa o directamente me hizo reír. De hecho, para cualquiera que sea escritor o escritora, puede resultar una obra divertida y al mismo tiempo reflexiva…

Pero volviendo al Prólogo: allí no se presenta el Autor, sino un tal Renato Ortiz, pujante empresario textil, que simplemente le está haciendo un favor a un viejo amigo con una enfermedad terminal, quien le había pedido, como última voluntad, ver publicados sus escritos. Este amigo se llama Severino Camposanto, un escritor frustrado que ha escrito mucho y no ha publicado nada, pues fue rechazado por todas las editoriales en las que se presentaba. De modo que, en la última instancia, le pidió ayuda al ya mencionado Renato. Y aunque Renato no considera que los relatos tengan suficiente calidad literaria como para merecer la publicación, sólo accedió a hacerlo por su esposa, Violeta.

Lo que me gusta es este procedimiento de desdoblamiento que lleva a cabo Facundo Pistola, porque no se pone a él mismo como responsable de la creación  del libro, sino que crea dos personajes con una historia bien definida. Adopta dos máscaras, si se quiere. Me parece que eso es lo que representa la fotografía de la portada. Otro detalle que me llama la atención es que Renato Ortiz no le tire ninguna clase de flores a Severino, a pesar de ser amigo suyo: abiertamente afirma que Severino es pésimo (y no va a ser la única vez que lo va a mencionar). Es curioso y es divertido, porque a la postre, quien debería definir si es muy malo o no tan malo, sería el lector. O sea, como que busca crearte esa expectativa de “mala literatura” a propósito, quizá porque en el fondo sí es bueno o para desafiar a quien lee: si te gustan estos relatos, tal vez, sólo tal vez, tengas un pésimo gusto literario.

En Sincericidio a modo de prólogo, el propio Severino escribe una modesta introducción para su obra, reflexionando sobre lo que lo motiva a escribir y expresando su esperanza de que alguien llegue a leerla. Esto es algo que está muy presente a lo largo de las páginas: la respuesta, el ida y vuelta, el diálogo, las referencias cruzadas entre los cuentos.

El narrador, en algunos casos, se corre de su rol funcional y demuestra que no sabe tanto de los hechos como debiera, como en “Amar”. En otras ocasiones, se mete a opinar por demás en la historia, interrumpiendo el flujo de la narración e incluso haciendo lo que él mismo menciona que no se debería hacer. Como ponerse a divagar, a dar vueltas sobre explicaciones que nadie pidió, provocando que el texto resulte más extenso de lo que su título promete.

Esto no ocurre en todos los cuentos, sino en algunos muy específicos, como en la que voy a llamar mi “trilogía” favorita de cuentos dentro del libro. Primero está Una breve, brevísima historia de cómo un ser humano frío y calculador encuentra el amor a primera vista, Severino describe el momento en que su amigo Renato conoce al amor de su vida. Más adelante, en Una breve, brevísima historia de cómo un narrador de segundo orden se pone en el centro de las luces y toma el protagonismo de una historia que le es ajena, Renato da su respuesta a ese relato y realiza algunas aclaraciones sobre el episodio de su vida que inspiró el primer cuento (acá es donde aprovecha a decir que Severino es un pedante). Y se ve que, en el espacio extradiegético —por fuera del texto—, las discrepancias entre Renato y Severino pasaron a mayores, porque Violeta, la otra protagonista de la anécdota, interviene en la disputa a través de Una breve, brevísima carta aclaratoria sobre amor a primera vista, empresarios de poca monta, narradores pedantes y misceláneas.

En otros casos, el narrador juega con el discurso, al punto de que no te aclara si habla en términos metafóricos o literales. Como la bomba en Cuando aclarar oscurece.

Para quienes nos gusta lo meta-discursivo, la “puesta en abismo”, o aquella escritura que habla sobre sí misma, la literatura que delata su condición de artificio, hay cuentos como Seis autores en busca de un personaje donde un joven, pálido de ideas para escribir, recurre a su familia para que le den palabras clave que sirvan de disparador. Así, con los conceptos aportados por su padre, su madre, su hermano y una hermana, el protagonista logra redactar algo, con lo que no está muy conforme, pero de todas maneras lo comparte. Sin embargo, hizo trampa: La reinvindicación del nouvel écrivain nos revela que cambió los términos proporcionados por sus familiares por otros que fueran más compatibles. Nuevamente, en la dimensión extradiegética, se produjo un conflicto que derivó en la rectificación del joven escritor, quien en este segundo cuento-dentro-de-otro-cuento, escribe otro relato en el que utiliza lo que de verdad le dijeron.

Para complementar un poco la variedad temática de la obra, queda decir que hay muchos escritos cargados de reflexiones y que te dejan también pensando. Como Un solo hombre gritando o Minuto más, minuto menos, entre otros.

Creo que no me queda mucho más para decir, el resto sería redundar y divagar. Así que voy a terminar esta reseña con una ferviente recomendación de Los sollozos del camposanto. Denle una oportunidad a Severino Camposanto, a lo mejor hasta les termina pareciendo un buen escritor.

Muchas gracias a Facundo Pistola y al equipo de Creativa Servicios por darme la oportunidad de leer y reseñar este libro. Sin más que agregar, me despido. ¡Nos leemos la próxima!


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