Imagínate un colectivo lleno de
personas en hora pico y pleno enero. O a la abuela trayendo el pan recién
horneado de la mañana. O la llegada de la persona con la que vas a salir este
viernes. O ese momento en que te sacás la ropa para bañarte después del
gimnasio. O cuando entrás a la oficina de tu jefa metida cien por ciento en la
onda zen. O esa parte de un viaje en la que justo pasás cerca de un
tambo o de un criadero de pollos.
En cualquiera de estas
situaciones que hayas imaginado, recreado o recordado, puede que además de
las imágenes, se te haya venido a la mente un olor en particular. Ya sea
bonito, como el del pan de la abuela, o no tan bonito, como el de la ropa sudada por el
ejercicio. Y es que el mundo a nuestro alrededor está cargado, plagado,
impregnado de olores de todo tipo: aromas, esencias, perfumes, fragancias,
olores, hedores, tufos, pestes, y la lista sigue. Algunos que son fáciles de
reconocer y nombrar, otros que conocemos pero de los que no sabemos su nombre, y otros que
a lo sumo habremos llegado a oler alguna vez.
Dentro de la literatura, quizá
uno de los sentidos más difíciles de describir es el del olfato, debido a la
imposibilidad de reproducirlo como tal. Y es que el escritor necesita
referencias muy precisas para que el lector se imagine el olor sobre el que se
habla en el texto, especialmente si se trata de olores con los que el lector no
está familiarizado. La intangibilidad del olor presenta altos desafíos para ser
descrito con palabras, lo mismo que el sonido.
Sin irme demasiado por las ramas,
quisiera empezar diciendo que este libro está dedicado casi por completo al
sentido del olfato, y al vasto y amplio mundo de los olores. No sólo porque es
una novela que nos cuenta la historia de un personaje muy particular, sino
porque, aislándonos un poco de esa historia, nos encontramos con una especie de
pequeño tratado sobre la fabricación de perfumes o una mirada ¿psicológica?,
¿sociológica?, acerca de la influencia del olor en la sociedad y en el
individuo. O yo simplemente estoy reflexionando medio fuera del recipiente.
Recuerdo haber leído una reseña
sobre este libro, hace muchos años. De esa lectura me quedó solamente el
título, y no el nombre del autor ni la fuente, por lo cual no estoy segura de si
se trata exactamente del mismo libro. Pero acá vamos a suponer que sí. Cuestión
de que el título, “El perfume”, y una vaga idea de lo que trataba el libro,
sobrevivieron en algún rincón de mi memoria, y resurgieron al ver que en la
Biblioteca Popular de Urdinarrain había justamente un ejemplar titulado de la
misma forma. Así que no dudé y me lo llevé prestado.
La novela se sitúa en la Francia
del siglo XVIII, donde por razones históricas podemos suponer que no abundaba
el agua corriente y por lo tanto la gente no tenía la posibilidad de bañarse
todos los días como lo hacemos nosotros ahora. El inicio me pareció un toque
lento (pero esto es culpa del spoiler que nos mete el subtítulo más que
nada), porque se nos relata la vida del protagonista, Grenouille, un huérfano
que, más o menos a la manera del Lazarillo de Tormes, va pasando de amo en amo
a partir de cierta edad. Pero este chico no es cualquier niño de la vida,
lanzado a un mundo hostil y avasallador, sino que Grenouille destaca por dos
cosas puntuales. La primera es que su cuerpo no despide ninguna clase de olor.
No huele a nada, es un tipo totalmente inodoro. Y eso, hasta cierto punto, le
resulta altamente útil, porque le permite mezclarse entre la gente y volverse
“invisible” a plena vista. Como dije antes, acá el olor es un componente muy
importante: el olor contribuye a definir nuestra percepción del mundo y de las
personas, especialmente. Parafraseando a Mirtha Legrand, como te huelen, te
tratan.
Paradójicamente, a pesar de no oler ni a pata, ni a sobaco, ni a otras cosas que surgen naturalmente del intercambio de nuestro cuerpo con el medio, Grenouille posee un sentido del olfato muy desarrollado. Casi se diría que es mejor que el de un perro, al punto de que puede identificar a un individuo sin verlo, y además manejarse en plena oscuridad. Sin embargo, no puede percibir su propio olor. Hubiera sido un buen sabueso de haber tenido la oportunidad, pero lo suyo eran los perfumes. Gracias a su nariz y a su memoria olfativa, Grenouille conoció y guardó dentro de sí mismo muchos aromas, desde los más ordinarios hasta los más sublimes, y uno de sus grandes sueños era crear sus propias fragancias. Como todo hombre menospreciado e incomprendido por la sociedad, durante su vida fueron creciendo sus ansias de ser adorado y reconocido como algo menos que una deidad. Quería ser el gran creador de perfumes.
Motivado por su objetivo, y
mientras trabajaba para un curtidor, Grenouille tuvo la oportunidad de
convertirse en aprendiz de perfumista cuando le tocó llevarle unos cueros a
Giuseppe Baldini, un perfumista famoso y rico pero que estaba al borde de la quiebra, a
quien Grenouille ayuda a remontar su negocio.
Un tiempo después, y en busca de perfeccionarse
en el oficio, Grenouille se traslada a la ciudad de Grasse, donde no sólo
consigue trabajo en la tienda de una viuda y aprende un procedimiento más eficaz
para extraer la fragancia de las cosas, sino que también se topa con el perfume
que lo obsesionará al punto de convertirse en un asesino.
Porque sí, el subtítulo de la
novela es, justamente, historia de un asesino, aunque yo como lectora
hubiera preferido que el autor no lo incluyera, porque te predispone enseguida
a querer saber cómo empieza Grenouille a matar y por qué (lo cual no es
necesariamente malo, ya que funciona para atraer la atención de la gente). Por
eso, la lectura se me hizo medio lenta hasta más de la mitad de la novela,
cuando el tipo de la nariz superdotada entra en Grasse. Sin embargo, voy a
mostrar solidaridad con el resto de los lectores y no voy a decir nada más
acerca de la trama o del devenir de Grenouille a partir de acá.
Con respecto a la forma, el relato
de la novela se desarrolla a través de un narrador en tercera persona, que nos
describe al protagonista hasta en lo más profundo de su ser, y a su vez,
también nos brinda detalles sobre las vidas de las personas con quienes él
interactúa. El final para mí está bien porque, sin querer ahondar mucho en
detalles, demuestra el poder que puede ejercer un perfume potente sobre una gran masa de personas. Nos muestra que el perfume puede hasta ser más poderoso que la
imagen, ya que el primero actúa sobre el inconsciente, entra de forma más
sutil, provoca que la gente se porte de tal o cual manera sin entender por
qué se comporta así.
En síntesis, El perfume es
una novela muy buena, y aunque empieza despacio porque, lógicamente, estructura
su narrativa a partir del crecimiento de su protagonista, te permite entender sus
motivaciones y sus objetivos, por más inmorales y cuestionables que sean sus
métodos. Además, supongo que Patrick Süskind ha investigado y se ha documentado
mucho para escribir esta historia, y nos ha dejado, por debajo y en paralelo
con las andanzas de Grenouille, un breve tratado sobre perfumería francesa y europea del
siglo XVIII.
Antes de despedirme, quiero
desearles una feliz primavera. Ahora que empieza la estación más perfumada de
todas en el Hemisferio Sur, conviene recordar que se viene el calorcito y que el
desodorante es nuestro amigo.
Nos encontramos en la siguiente
reseña. ¡Hasta la próxima!